31 de diciembre de 2012

Diálogos 3: Piensa en el reencuentro navideño


(((Receta de incuestionable éxito en frisadores de la treintena. Ingredientes imprescindibles marcados en negrita. Rehogar con palmetazos faciales, puñetazos al hombro de mediana intensidad y similares gestos fálicos. Servir en plato frío)))

- ¡Coño, fulano, cuánto tiempo!
- ¡Hombre, mengano, qué haces por la ciudad!
- Pues nada, ya sabes, los días de Navidad que me vuelvo para ver a la familia.
- Ah, eso está muy bien hombre, la familia es muy importante.
- Claro, claro.
- Sí, sí, eso es.
- Sí.
- Je, je, claro.
- Bueno, dime ¿y tú qué tal?
- Ah, pues bien, tengo curro así que no me puedo quejar, con la que está cayendo.
- Anda, pues qué suerte. ¿Sigues currando en el... sitio aquel?
- Sí, sí, igual que siempre. 
- Bien, bien, más vale malo conocido....
- Ja, ja, sí, sí, y que lo digas.
- Y qué, ¿sigues saliendo con Zutana?
- ¡Hombre! ¡Y además nos casamos el año que viene!
- No jodas, pues vaya, ¡no sé si darte la enhorabuena o el pésame!
. ¡Anda, serás cabrón! Bueno, y tú qué, no me digas que sigues de becario en el sitio aquel.
- Pues sí, macho, estoy hasta los cojones.
- Cabensos, lo que hay que hacer en este país es mandar a tomar por culo a los políticos y a los banqueros.
- Ya, y que lo digas...
- Bueno, y entonces qué vas a hacer, algo te estarás planteando.
- Pues sí, qué remedio. Me estoy mirando alguna cosilla para pirarme al extranjero.
- Ya, yo tengo algún colega que lo ha hecho y no le va mal. ¡Mientras no sea a Londres, que está petado de españoles, ja, ja!
- A donde pueda, me estoy mirando unos cursos o si no de profesor de español. Con tal de encontrar algo, que aquí está la cosa muy malita.
- Bueno tío, pues no te digo nada, que tengas mucha suerte.
- Vale, gracias. Pues lo mismo te digo para tu vida matrimonial, que eso también tiene miga.
- ¡Ya ves! Venga, lleva cuidado.
- ¡Hala, hasta la próxima!


GUINDA FINAL (pronunciada al alimón por ambos interlocutores en plena consciencia de su palmaria falsedad):














9 de noviembre de 2012

Relatos 19: Detenido un hombre en Madrid acusado de perpetrar literatura a plena luz del día

Disponía de varias obras preparadas para explotar

Detenido un hombre en Madrid acusado de perpetrar literatura a plena luz del día


MADRID, 9 DE NOVIEMBRE

Un hombre ha sido detenido este viernes en el centro de Madrid acusado de perpetrar literatura con premeditación y a plena luz del día. En el momento de la detención, el acusado fue sorprendido in fraganti diseñando un artefacto altamente nocivo que podría haber dañado irreparablemente las mentes de lectores inexpertos.

La intervención de la policía se produjo a las 11:25 horas de la mañana. Tras aporrear insistentemente la puerta del domicilio de L.I.O., los agentes entraron al asalto en la vivienda, un pequeño apartamento sito en la calle Alonso Cano de la capital. Posteriormente, el acusado aseguró que no había escuchado los golpes porque mantenía una ruidosa conversación con una mujer a la que llamó ‘Musa’ y que la policía no pudo localizar en el domicilio tras una exhaustiva revisión del mismo.

En dicha inspección, las autoridades encontraron diversos materiales de fabricación casera, como poemas tóxicos o novelas inacabadas preparadas para detonar en el momento de su finalización, aunque el supuesto escritor aseguró que el peligro era inexistente porque ese día no llegaría nunca. De igual modo, los agentes se incautaron de diversos ensayos, relatos y novelas, todas ellas de peligrosos agitadores, que poblaban las estanterías de la vivienda, así como diversas obras musicales y cinematográficas en distintos formatos. Al parecer, L.I.O. habría extraído de dichos volúmenes la información para ensamblar su armamento.

No tan descabellado

El acusado ha reconocido los hechos y se ha dejado detener sin oponer resistencia, lo que sin duda ayudará a rebajar la pena que habitualmente se impone en estos casos. De cualquier modo, la legislación tácita establece una pena de al menos cinco horas diarias consumiendo Telecinco durante dos años y tres horas de Los 40 Principales durante al menos 18 meses, así como la prohibición de acceso cualquier artefacto artístico que pueda enriquecer su vida.

En su breve aparición mientras era trasladado al furgón policial, L.I.O. no ha pronunciado palabra y se ha limitado a verter unas lágrimas reproducidas por medios de comunicación de todo el país.  Por su parte, el ministro del Interior se ha mostrado “muy satisfecho” con la detención de este sujeto y ha recordado que “el imperio de la ley derrotará a todos los que intenten socavar el sistema desde sus cimientos”. “Ya está bien hombre, pero esta gentuza qué cojones se cree”, se le ha escuchado al ministro en un descuido, cuando creía que los micrófonos estaban apagados.

12 de octubre de 2012

Relatos 18: Sargento Patterson


Una brisa herrumbrosa le acariciaba el pelo, del que empezaban a desprenderse unas gotas de sudor gordas como garbanzos. En las pestañas descansaban algunas briznas de algodón que preñaban el aire de Arkansas en aquella época del año. El sargento Patterson, ya retirado, con medio cuerpo volcado hacia el abrevadero, se detuvo un momento a respirar ese aire cargado de sensaciones tradicionales, pero de algún modo conectado con la embotada atmósfera de Diwaniya. Sentía una extraña nostalgia mutante, nacida de dos nostalgias diferentes, como una hidra de dos cabezas que amenazaba con arrancarle la cabeza de cuajo desde dentro, amarrada a lo más profundo de sus malgastadas conexiones neuronales. Recuerdos entreverados de su infancia en Little Rock y de su estancia en Irak, aliados para confundirle aún más. Soltó un segundo el cuello que tenía entre las manos y vio una cara volverse hacia él, enrojecida como un pimiento morrón. Veía los labios de su presa moverse entre temblores, pero tenía los oídos abotargados por el ruido de las balas y las granadas, estallando al alimón en una macabra composición rítmica. Miró al frente muy asustado, convencido de que un tanque se abalanzaría sobre él en cuestión de segundos, pero solo vio tres vacas absorbiendo con indiferencia los últimos rayos de sol del día. 

Pues tu cuidador sabe menos todavía...

 El peligro había pasado, pero solo de momento, así que echó la mano al cinturón para agarrar la pistola, pero de su cincho de cuero solo colgaba un viejo teléfono móvil, obsoleto desde hacía años. Acto seguido, reaccionó con sus buenos reflejos de siempre cuando su presa intentó escapar. Volvió a cogerle el cuello con las dos manos y a meterle la cabeza en el abrevadero. Los largos cabellos rubios se le pegaron a las manos como algas de río. Al otro extremo del largo recipiente de madera, otra vaca tragaba agua con esa lentitud tan habitual en la vida cotidiana de Arkansas. ¿Pero era una vaca? ¿O un orondo soldado iraquí? ¿Bebía agua o la envenenaba con sus labios? ¿El sol lastimero bañaba la granja o todo sucedía un campamento militar? Decenas de dudas inextricables atravesaban su mente como bumeranes ardiendo. Empapado ya en sudor, apretó más aquel cuello frágil, a punto de crujir cuando, por el rabillo del ojo, vio una mujer saltar a la carrera desde el porche y esprintar hacía él, con las manos en la cabeza y un temblor en los labios similar al que había visto antes. Esos labios, idénticos a los de su presa... El sargento Patterson amenazó a grito pelado. Si das un paso más le parto el cuello. La mujer se detuvo en seco y gritó algo, pero los oídos de Patterson seguían obstruidos, como una vena llena de colesterol. Soltó a su presa para tratar de desatascarlos con las manos y la niña, pese a la falta de oxígeno, pudo pronunciar tres palabras que esta vez el militar sí pudo escuchar, además con una nitidez que no recordaba desde su infancia, desde aquellas corricainas por la granja familiar en las que su felicidad había encallado para siempre. Papá, no, papá…

4 de octubre de 2012

Relatos 17: No soy nadie para nadie (y IV)

CUARTA ESTACIÓN: VERANO

Solo soy un chaval, pero a veces pienso que soy más listo que todos vosotros juntos. Me parece triste, muy, muy triste, papá. Estás todo el curso dándome el coñazo con que apruebe la Química de una vez y sabes qué, que aprobar una asignatura es una chorrada al lado de las cosas importantes. No puedo entenderlo papá, sé que no me habéis contado lo que pasó y que posiblemente nunca lo haréis, pero como yo lo veo todo se reduce al desprecio que le has hecho al tío. ¿Sabes? Llego muchos días viéndome con él y estoy seguro de que es una buena persona. Te garantizo que ha hecho un esfuerzo sobrenatural para venir aquí, él no estaba seguro y le he tenido que convencer, me lo he currado mucho. Y, por si no lo sabías, se está muriendo. Me he metido en la habitación dando un portazo y mientras lo hacía me he dado cuenta de que algo había cambiado para siempre. He sentido crecer mi interior mientras le increpaba a mi padre. Con esos gritos he pedido el trato adulto que mi tío me concedió desde el primer día. Ahora entiendo que mi padre es un dique que frena sus emociones, pero también la de las personas que están a su alrededor, empezando por su propia familia. Me he dado cuenta al ver las lágrimas de mi madre, nunca la había visto llorar. Me pregunto de que tendrá tanto miedo mi padre, a mí la vida me parece un regalo. Seguro que mi madre también pensaba así a mi edad, pero cómo voy a saber lo que siente si vive atrapada bajo el manto de papá. Pero el verdadero perdedor es mi tío. Se ha marchado sin decir nada, ni una palabra de reproche pese a las brutalidades que le ha soltado papá. Un buen hombre no merece una despedida así. Estoy casi seguro de que ya nunca volveré a verle. Es una pena, me gustaría decirle que me ha encantado conocerle. Que me ha contagiado su paz.

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El cielo está encapotado y me he reído a solas pensando en aquella frase que solía decir mi padre: «Este año el verano ha caído en miércoles». No está mal empezar con buen humor la última aventura de mi vida. Aunque las cosas no me han salido del todo bien en Logroño, soy optimista por naturaleza y me quedo con lo bueno. He descubierto que la línea buena de la familia sigue adelante con un chaval muy prometedor y además le he podido dar un último abrazo a Amelia; en realidad es más de lo que aspiraba a conseguir volviendo a casa. Así que he mandado a tomar por culo a los fantasmas del Ebro y he enfocado la ruta contraria, rumbo a Nájera. Cada vez me cuesta más caminar y tendré que pararme a coger resuello cada dos por tres, pero estoy decidido a hacer el Camino de Santiago, por lo menos hasta donde llegue. Por primera vez tengo ganas de ver catedrales, siempre he oído maravillas de Burgos y León. No creo que sea la llamada de Dios, ya es demasiado tarde, sino una aspiración de trascendencia, de comprobar que, después de todo, el hombre es capaz de hacer cosas maravillosas. Claro que me da pena acudir solo al encuentro con la muerte, pero hay fuerzas muy poderosas que zarandean nuestras vidas, tanto que a veces solo podemos dejarnos centrifugar por las olas. Estoy cansado de pelearme con el destino y ahora me doy cuenta de que no opuse demasiada resistencia ni tampoco le eché muchas ganas a nada de lo que hice, pero sí estoy convencido de que nunca le hice daño a nadie y eso es algo que poca gente puede decir. Supongo que la rudeza del mundo aparta a las personas como yo, eso ya lo intuí en la Legión. Ahora veo con una claridad deslumbrante que solo aspiraba a existir en paz. El Camino me dirá si lo he conseguido. La naturaleza me revelará lo que no pudieron las personas.  

FIN 

1 de octubre de 2012

Relatos 17: No soy nadie para nadie (III)

TERCERA ESTACIÓN: PRIMAVERA

Sí que sigue vivo, aunque no sé por cuánto tiempo. No es que él me haya dicho nada, pero es evidente que está mal, con los ojos hundidos y la piel cerúlea. Supongo que tendrá cáncer o algo por el estilo, pero tampoco me he atrevido a preguntárselo, bastante valor le he echado ya para acercarme a hablar con él. Casi nadie viene a vernos entrenar y por eso me ha llamado la atención un hombre corpulento y desgarbado, medio tumbado en la pequeña grada del Adarraga. Al pasar trotando por esa curva he mirado con disimulo y me he dado cuenta de que era él; el sol primaveral le había obligado a quitarse el jersey y he visto claramente su tatuaje. Hacía meses que no le veía y ya casi me había olvidado de él, pero en cuanto me he topado con esas armas incrustadas con tinta bajo su piel he recordado de golpe. El examen de Química del día siguiente me obligaba a irme pitando a casa para estudiar, pero al acabar el entrenamiento no me he resistido a acercarme a la grada. Me he quedado mirándole a dos metros y he vuelto a ver esa pose sosegada que, de algún modo indescifrable, irradia paz. Nos hemos quedado así unos diez segundos y no ha dicho ni pío hasta que yo he abierto la boca. ¿Eres Martín? Toda la calma acumulada se le ha esfumado en un segundo. Ha arremolinado su cuerpo espasmódicamente y se ha puesto en pie. Sí, soy yo, cómo lo sabes, tú quién eres chaval. Me ha dado tiempo a mirar al cielo y cegarme con el sol, a ver las señales que me hacía Raquel desde la puerta para decirme que me diera prisa, a pensar brevemente en los enlaces de carbono, las reducciones de oxidación y los extraños elementos que me esperaban al llegar a casa como el Protactinio, el Kryptón o el Californio. Hasta que me ha puesto la mano en el hombro y he tenido que apretar el botón rojo. Soy tu sobrino, Martín.

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Y ahora, en la prórroga de esta extraña vida que me ha tocado jugar, se me presenta una inesperada oportunidad de redención. Tonteo con la posibilidad de una reconciliación universal, conmigo mismo y con mis seres queridos, de los que me he mantenido alejado tanto tiempo y tantos kilómetros. No debería darle de fumar al chaval, pero sé que tratarle como un adulto nos viene bien a los dos, a mi me da un interlocutor válido y a él la confianza necesaria para abrirse sin frenos ni miedos. El día espléndido que disfrutamos en el Parque del Ebro ayuda a despejar las mentes, a ver nuestras decisiones como absurdas maquinaciones que a nadie le incumben. El chaval me cuenta muchas cosas sin tocar los puntos neurálgicos ni hacerme las preguntas que arden dentro de su pecho. Le gusta mucho el atletismo, ya he comprobado que no tiene ni de lejos el potencial de su madre, pero quién soy yo para meterle arena en el motor. Quién soy yo para darle consejos ni para quitarle sueños. No soy nadie para él, no soy nadie para nadie, y pronto me uniré a los fantasmas que se dejan llevar río Ebro abajo. Solo tendría que cruzar el parque, dejarme engullir por la corriente, montar a lomos de un siluro y cruzar Navarra, Aragón, Cataluña… ¿Cómo dices, chaval? No sé, no lo veo claro, tu madre imagino que se alegraría de verme, pero a tu padre le puede dar un infarto si pongo un pie en casa. De qué serviría, acaso crees que una cena puede enjuagar tantos años de silencio pedregoso. Tú no te preocupes por mí chaval, yo estaré bien, dedícate a estudiar mucho que es lo importante y a ver si apruebas de una vez la puñetera Química. Tampoco es una asignatura tan difícil, se trata de que la veas con perspectiva e imagines en tu cabeza todos esos enlaces y reacciones. Ten fe, se te ve espabilado. Sí, te prometo que lo pensaré. Anda trae aquí, no fumes más.  

28 de septiembre de 2012

Relatos 17: No soy nadie para nadie (II)

SEGUNDA ESTACIÓN: INVIERNO

Nunca podré aprobar Química con este cabrón de profesor que tengo. Sé que me la tiene jurada y yo tampoco colaboro, me paso sus clases de charleta con mi compañero de pupitre porque sé que le revienta. Cuando no me apetece ni hablar, me pierdo en pensamientos (cualquier cosa con tal de no prestar atención) y durante la última semana me viene insistentemente a la cabeza el mendigo que me dio la maruja.  Buceando en internet he encontrado fotos de tatuajes similares al suyo y creo que es algún símbolo de la Legión. Al menos eso es lo que ha dicho mi padre cuanto ha entrado en mi habitación y me ha visto buscando fotos por Internet. ¿Por qué te interesa eso ahora? No me digas que te va dar por hacerte militar, a tu madre le da un infarto. No papá, es para un trabajo. Le he mentido, claro, y me temo que se ha dado cuenta, siempre he sido muy malo para mentir, se me escapa media sonrisilla. He bajado al salón en busca de los álbumes familiares de fotos. Me he ido a los primeros que conserva mi madre, de los años sesenta, en los que mi padre es un apuesto barbudo y mi madre una pacifista etérea de mirada irresistible. Había fotos arrancadas, pero no he tenido arrestos para preguntarle a mi madre. Tampoco me ha hecho falta, creo que ya sé a quien han borrado de los álbumes. Mi padre sabe cuándo miento, pero yo ya no soy un crío y también sé cuando se está callando algo. Estos días he vuelto a la puerta de Cerezo varias veces y he recorrido Portales de arriba abajo, me he acercado a Laurel y San Juan, nidos de borrachines consumados, pero no he vuelto a verle. Aunque no le conozco del todo, no puedo esconder que el intenso frío que agarrota estos días la ciudad me preocupa por él. Me preocupo y también me hago preguntas. No sé dónde dormirá, qué hará con sus días. Ni siquiera si seguirá en Logroño. Ni siquiera si seguirá vivo. 

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Ahora comprendo por qué he vuelto a Logroño. Han sido unos meses un poco raros y si no fuera por Ramón no sé que hubiera sido de mí. Es placentero comprobar que algunos amigos nunca abandonan tu horizonte. Ramón ha engrasado con emoción esta vuelta a casa con la que espero cerrar el círculo. Estos últimos días he sentido que se acerca el principio del fin cuando te he visto por la calle. Cargada de bolsas de la compra, cruzabas el Espolón a toda mecha. Sigues teniendo esas maravillosas piernas torneadas por el atletismo, robustas por arriba y estilizadas bajo los rodillas hasta esos tobillos, finos como palos de escoba. Casi podía ver de nuevo esas vallas que saltabas de joven, en aquellos intensos entrenamientos en el Adarraga bañados por el sol, por la lluvia o por el granizo, nos daba igual. Yo saltaba pértiga sabiendo que nunca llegaría nada, solo por el placer de volar unos segundos impulsado por un latigazo, pero tú eras buena, quiero decir buena de verdad, podrías haber llegado a los Juegos Olímpicos. Imagínatelo Amelia, desfilando por el Estadio Olímpico de Barcelona bajo el estallido de miles de flashes, compitiendo contra rivales de todo el planeta, llorando de emoción con una medalla al cuello. Ese futuro ilusionante hace tiempo que se convirtió en pasado marchito, pero ahora que he vuelto a casa veo los viejos proyectos penetrando en la atmósfera como violentos meteoritos en llamas. Podrías haber masticado la gloria, Amelia, y sé que nada te hubiera hecho más feliz, pero Joaquín nunca soltó lo suficiente la correa invisible con la que maniataba tus sueños. Aún puedo verle sentado en la pequeña grada del Adarraga, mascullando entre dientes cada vez que me ayudabas a levantarme de la colchoneta. Estoy seguro de que sigue odiándome con la misma intensidad. No sé si tendré fuerzas para comprobarlo  

Relatos 17: No soy nadie para nadie (I)

(Historia dividida en cuatro estaciones)

PRIMERA ESTACIÓN: OTOÑO 

Me está costando mucho recuperar la rutina del Instituto. Este verano ha sido una locura continua, un bucle de diversión, y volver a las ecuaciones y los logaritmos neperianos es una tortura. Después del recreo teníamos dos horas de Química, así que me he ido a dar un paseo para despejar la cabeza antes del coñazo que me esperaba con los matraces. He cruzado la Glorieta y he bajado la cuesta de Portales mientras abría el bocadillo de jamón preparado por mi madre. Me he parado un momento, justo al inicio de los soportales, para ojear el escaparate de la librería Cerezo. En el portal que pega con la tienda he visto a un mendigo sentado con la mirada perdida. Me he quedado un poco embobado mirándole y se ha dado cuenta. Me ha lanzado una mirada muy penetrante pero limpia, curiosa, nada reprobatoria. He visto hambre en sus ojos y yo tenía un bocata enorme entre manos, era obsceno no hacer algo. Sin decir palabra, he alargado el brazo ofreciéndole el bocadillo. Su reacción ha sido un alivio porque igual pensaba que me estaba riendo de él o algo así y nada más lejos de la realidad, ha sido un acto instintivo de compasión. Lo ha cogido de buena gana, lo ha partido por la mitad con las manos y nos hemos repartido la comida. Al alargar el brazo se le ha quedado la manga del jersey en el codo y he visto el enorme tatuaje que tenía en el antebrazo. La reacción del mendigo me ha sorprendido muchísimo. Se ha sacado una bolsita de plástico de la riñonera que llevaba al hombro y me la ha puesto entre los dedos. Yo he cerrado la mano sin mirar lo que era. Nos hemos despedido con una sonrisa mutua, otra vez sin palabras de por medio, y cuando he subido a clase, aburrido por el peñazo del profesor de Química, he abierto la bolsita. Era marihuana. Estaba riquísima.

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 Solo llevo unos días en Logroño, pero siento el pinchazo de la nostalgia en cada paso que doy, en cada calle que recorro, en cada vino que me bebo. La ciudad parece diferente, pero es normal después de tantos años. Lo que no ha cambiado es la tranquilidad que transmite, pero para mí no es suficiente. Los recuerdos asociados me están pesando demasiado y no sé cuánto tiempo aguantaré por aquí. En realidad no sé ni por qué he venido. Al cruzar el Puente de Hierro he parado un momento para contemplar el Ebro y me ha parecido ver a cientos de fantasmas dejándose llevar por la corriente. Alguno me ha mirado, incitándome a saltar y sumarme a su silencioso transitar camino del Mediterráneo. Supongo que yo soy otro fantasma y que debería asumir mi rol en lo poco que me queda de vida. El pasado me aplasta cada vez más y a veces me cuesta respirar. Y los médicos ya han dejado claro que no me queda mucho futuro. Pero una especie de magnetismo vital me ha devuelto a las raíces. No sé qué busco, pero tengo que encontrarlo. La calle Sagasta está tan jodida como siempre, con su cuesta arriba flanqueada por ventanas rotas y miradas largas. En el cruce con Portales, una frontera invisible entre las vísceras de la ciudad, la vida restalla de golpe. Tuerzo hacia la izquierda, saludo a la Concatedral de la Redonda y me siento a descansar en un portal al lado de la cafetería Oslo. Un adolescente se me queda mirando, pero no me importa, hace mucho que las miradas se deslizan por mi cuerpo sin atravesarlo, estoy protegido por una película fina y resistente como la tela de araña. Me ofrece un bocata, parece sincero. Tengo hambre y le cojo un trozo. Tiene cara de pillo y no rechaza lo que le pongo en la mano. Este bocata de jamón sabe a gloria. De algún modo me recuerda a la infancia.  

 

25 de septiembre de 2012

Diálogos 2: Piensa en Cristiano Ronaldo

-Atiende el joputa que dice que está triste.
-¿Eso ha dicho el gitano?
-Como te lo cuento. Han ganado, ha marcado dos chicharros y luego se ha despachado con los juntaletras. Dice que está triste.
-Qué raro. ¿Y ha dicho por qué?
-¿Por qué va a ser? ¡Porque quiere más dinero el muy pelamingas! ¡Como si ganara poco!
-Sí, supongo que tienes razón.
-¿Que supones? Hombre, tú me dirás que otra cosa puede ser, nomejodas.
-No sé tío, es un ser humano como tú y como yo y...
-Perdona, perdona, como yo no es.
 -Bueno vale, como quieras, solo digo que es una persona y las personas están tristes por muy guapos que sean o muchos ceros que tenga su cuenta corriente.
-Ah sí, no me digas, y qué puede pasarle a ver.
-Pues no sé, discutir con la novia, se le muere el gato, yo que sé.

Keep on dreaming, CR7

 -No, pero es que aquí viene lo mejor, ha dicho expresamente que está triste con el club.
-¿Con el club? Qué raro.
-¿Raro? ¡Qué no, que es lo más normal del mundo! P-A-S-T-A.
-Pero hombre, ¿se puede querer más cuando se tiene todo?
-Siempre se quiere tener más. Más, más, más, ñam, topamí.
-Pues yo soy muy feliz con lo poco que tengo.
-Sí, pero es que tú nunca has tenido más ni por el momento aspiras.
-Ostia, no te pases.
-No te ofendas, si a mí me pasa lo mismo. Piénsalo en frío.
-Mmmmm...
-Muertos de hambre. Jodidos pero contentos. De algún modo retorcidamente filósofico, los afortunados somos nosotros.
-Fuerte juras, don Rodrigo.
-¡Ja, ja, ja, qué grande! Al menos sabemos leer.
-Al menos...


10 de septiembre de 2012

Diálogos 1: Piensa en Olvido Hormigos

-¿Has visto el vídeo?
-Sí. Hay que reconocer que la tipa está bien buena.
-Y que lo digas. ¿Tú que piensas?
-Pues eso, que está bien buena y que olé sus cojones. Un poco estúpida por difundirlo pero que quieres que te diga, a mí me la trae floja lo que le pase. El ratito bueno que me he dado es lo que importa.
-Olvida a Olvido Hormigos como tal. Piensa en el caso, en el revuelo.
-¿Cómo dices?
-¿A ti te parece normal que en este país solo se hable de esta señora durante tres días?
-Mira a tu alrededor, mira la audiencia de Telecinco. Qué cojones esperas.
-Pero tú no ves Telecinco y llevas dos días debatiendo si Olvido tiene las tetas operadas.
-Pues claro. No querrás que hable de la prima de riesgo con mis amigos. Que estamos todo el día vueltas con la puta economía y a mí ya me cansa el temita.
-Sí, pero es que eso es lo importante. De lo que depende nuestro futuro.
-¿Y qué tiene de malo olvidarlo un poco y distraerse con una frivolidad?


Tres días de calma para Marianorajoy

-No sé tío, no lo veo bien. Y no lo digo por la concejala, a mí también me la sopla lo que le pase, ella se lo ha buscado. Pienso más en la raíz del problema.
-¿A qué te refieres?
-A que somos unos panderetas. Un pueblo globero y cabrón.
-Claro. Eso lo sabe todo el mundo. ¿Y qué? ¿Qué se puede hacer por cambiarlo? Así es España y no hay nada que hacer. El esqueleto emocional de este país es rígido. No hay nada que hacer.
-Supongo que tienes razón, pero eso me desconsuela aún más. Saber que vivo en un país con un clima increíble, una riqueza natural acojonante, una capacidad inigualable para disfrutar la vida. Y al mismo tiempo, un nivel humano que roza el suelo, paleto, envidioso e hijoputa. ¿Crees que eso se puede cambiar?
-No, no. Ni de coña. Olvídalo.
-Yo soy un poco más optimista, aunque me temo que no mucho más. No sé, igual le estoy dando demasiada importancia a esta tontería.
-Pues claro que sí, hombre. Vamos a tomar una cañita y se te pasa la tontería.
-Venga. A la salud de Olvido Hormigos y sus maravillosos cocos.
-Jo, es que está buena eh.
-Ya ves. Me pregunto a quién iba dirigido el vídeo porque nadie se cree que fuera para su...
-Bla, bla, bla.
-Rebla, rebla, requetebla.

26 de agosto de 2012

Relatos 16: Un ojo de bebé enfrentado a todas las matemáticas



El cuchillo no tiene alma ni sentimiento, solo obedece a la ley de la gravedad, a su obsesión por caer de punta y a un instinto atroz que le obliga a hacer cuanto más daño mejor, inculcado en la remota fábrica china donde nació de un molde. Tiene unos diez centímetros de hoja flexible y un mango de madera marrón al que está fijado con dos tachuelas doradas. Una herramienta humana más, concebida para cometidos muy concretos (cortar, pinchar, trinchar, desgarrar) e insulsos siempre que solo penetre objetivos sin vida. Ataca a las cosas, cuchillo, y todo irá bien, pero no irrumpas en la carne viva.

El bebé, tumbado en una silla colorida y reclinable, desconcertado por la rigidez de sus sentidos -unos ojos que no enfocan, unos oídos que no separan el grano de la paja- solo percibe una amalgama de luces y sonidos mezclados pero no agitados en su tierno cerebro y no puede anticipar nada de lo que va a ocurrir, ni dentro de un segundo ni el mes que viene, en un mundo amorfo e indescifrable del que solo espera leche a intervalos regulares. Las continuas contracciones involuntarias en los músculos de su cara esculpen supuestos gestos de enfado, risa, pena o sorpresa que cobran (falso) sentido a los ojos de un adulto embebido por la admiración.

Enfrentar a un largo cuchillo de acero con el ojo de un bebé de apenas tres meses.


Esos ojos te abrirán muchas puertas, siempre que los conserves


Eso puede pasar dentro de menos de un segundo, dependiendo de la trayectoria que siga el cuchillo que se ha caído de la mesa durante el desayuno. Si el codazo involuntario que le ha dado el padre al plato tiene una fuerza X (un valor muy determinado, con decimales y todo) el cuchillo describirá un vuelo muy preciso hasta impactar directamente en el centro de una de la dos dianas en las que se han convertido durante un suspiro las retinas del bebé. Luego hay un rango aproximado de valores, pongamos un veinte por ciento teniendo en cuenta la superficie que ocupa la silla del bebé en el suelo de la cocina, que también llevarían al cuchillo hasta la sillita, pero la mayoría quedarían en un susto: un pinchazo intrascendente en el grueso pijama del bebé o en la colorida tela de la sillita, e incluso un impacto del cuchillo por el mango que anularía cualquier peligro. Y el otro setenta y nueve por ciento de posibilidades llevarían al cuchillo a un ruidoso tamborileo por el suelo de la cocina hasta detenerse paralelo al horizonte, seguido de un suspiro paterno y un olvido inmediato y completo de la, menos mal, ufff, anécdota.

Pero amigos míos, las matemáticas son gélidas, cubitos de hielo incrustadas en la realidad cálida y sudorosa que construyen los seres humanos enlazados a los elementos. A un número, orgulloso de su incuestionable autoridad bajo el manto de la lógica, nadie le prestará atención cuando una pasión, caída desde la atmósfera hasta cubrir todo el cielo de rojo carmín, estalle con un ruido sordo como ocurre en esa cocina cualquiera, de una casa cualquiera y una familia cualquiera, donde, durante unas décimas de segundo, el padre se ve apresado por un miedo más potente que cien cohetes de la NASA juntos. Le pegaría fuego a todos los tratados matemáticos de la historia, sabiendo que eso significaría una pérdida inaudita e irreparable para la humanidad, si a cambio le garantizaran que el cuchillo no tocaría el ojo de su hijito. Y los números tendrían que irse a la mierda cabizbajos y en fila india, con el orgullo muy dañado y, enrocados en su lógica impepinable, preguntándose el porqué de su destierro si los tuertos pueden llevar una vida perfectamente normal.

27 de julio de 2012

Relatos 15: Uanmortaim


Resucita, 

despierta, remolonea, besa, levanta, mea, ducha, calienta, desayuna, viste, recoge, baja, camina, 

sube, observa, llega, entra, sienta, enciende, escribe, llama, corrige, lamenta, escaquea, pregunta, insiste,

navega, vaguea, aguanta, prepara, come, caga, limpia, sestea, bebe, espabila, completa, resiste, escapa,

respira, wasapea, saluda, cañea, ríe, pincha, miente, guiña, insulta, abraza, recuerda, planifica, apura, 

despide, sube, corta, fríe, cena, eructa, cepilla, tumba, acaricia, desnuda, folla, comparte, lee, apaga, 

piensa, 

muere.


Qué ufano labora el caballero. Prefiere no mirar, bien hecho.

26 de julio de 2012

Relatos 14: Se está bajando ya


Tiene el pelo rubio y corto, también lo ha llevado moreno, pelirrojo, rizado, incluso casi rapado cuando se ponía aquello pendientes de aro que le llegaban casi a los hombros, esos que han estado al aire, con jerseys, camisetas, abrigos o chaquetas como aquella que le regaló su abuela, una más de las personas que tanto le han querido como su bisabuelo los tres años que le conoció, sus hermanos, su hijo que acaba de empezar el cole, al mismo que fue ella antes del instituto, la universidad, sitios en los que pisó decenas de aulas diferentes para escuchar, apuntar, filtrear, estudiar o leer, una de sus aficiones más absorbentes como la natación, el cine o la cocina, donde ha preparado salsas, ensaladas, bocadillos o pasteles, mmm, esos pasteles que ahora le pirran pero que odiaba de pequeña cuando se empachó y le tuvieron que llevar corriendo al hospital, que también visitó cuando tuvo vegetaciones, aquella varicela que le llenó de granos o se abrió la cabeza, como enseña esa pequeña cicatriz que ahora asoma entre su pelo rubio y corto.


Bonito nombre para una sauna bollera

20 de junio de 2012

Relatos 13: Que sea por un motivo

 ¿Cómo se declara el acusado?

Vaya pinta de meapilas tiene este tío, Javi, no le hagas ni puto caso. Que cómo se declara el acusado dice el muy zote. Fíjate que farsa es todo esto de la justicia que ni siquiera te pregunta a la cara. El acusado, dice, si tú tienes nombre y apellidos, Javier Sotelo, qué pasa, que no hay huevos de decirlo a la cara. Estos jueces de pacotilla deben pensar que si dicen el nombre completo se les aparece el diablo y les escupe azufre en la cara, menudos mierdas que están hechos. Tú no digas nada, Javi, no contestes, que lo haga todo el abogado, otro meapilas, pero está de nuestra parte que para eso le paga tu padre. Tienes que estar muy tranquilo estos días, ¿vale? Te van a buscar las cosquillas por todas partes porque piensan que hiciste algo mal. Qué sabrán ellos eh. Qué culpa tendrás tú de lo que le pasó a aquella niña. Ellos no conocen el calor agobiante que hacía aquella tarde. Pero nosotros los sabemos bien, Javi, sabemos que aquel calor te ponía de muy mala hostia. Y cuando aquella  niña se hundía a plomo, ¿te acuerdas? ¡Qué culpa tienes tú de que sus padres estuvieran echando la siesta! ¡Era su hija, por el amor de Dios! ¡Suya y de nadie más! Ahora te van a acribillar con preguntas absurdas, pero ya sabes que tú no eres el culpable de lo que pasó


Grandes extensiones de agua, ese foco de desgracias

¿Desde cuándo ejercía ese trabajo? ¿Conocía sus obligaciones como socorrista? ¿Vio lo que estaba pasando? ¿Por qué no reaccionó?

Mira a ese abogado, Javi, míralo bien, con su gomina y su corbata a rayas. Fíjate qué zapatos, cómo brillan. ¿No te parece obsceno que vaya tan arreglado? Si tan triste es que se ahogara una niña, ¿por qué se viste cómo se fuera a una boda? Lo ves, Javi, te das cuenta, para ellos es como estar de fiesta, se la suda todo, y te quieren hacer culpable a ti de lo que paso. Ves lo absurdo que es todo y sin embargo todo esto puede acabar con tus huesos en la cárcel. ¿Qué te parece? Todo porque no sacaste del agua a aquella niña. ¡Para ellos es como si la hubieras ahogado con tus propias manos! Alucinante… Ahora, una cosa te digo, este juicio va a durar varios días y tú tienes muy poca paciencia. Como te hinchen las pelotas ya sabes lo que tienes que hacer. Si es a la cárcel que sea por un motivo, ¿verdad que sí? ¿Eh, Javi? Ya sabes lo que tocaría, ¿no? ¿Verdad? Claro que sí.

11 de junio de 2012

Relatos 12: Enquistar la felicidad



Solo faltan cincuenta kilómetros para llegar al hospital y entonces ocurre. El sol golpea de frente en pleno atardecer y la luna está llena de mosquitos aplastados. Son más de un centenar y sus restos brillan, creando una metáfora visual de muerte y ascensión al cielo en la mente de Rafa, muy sensible a captar cualquier significado. Con la visión velada, solo ve lo que ocurre en el último momento. Un extraño destello negro y un potente plac que resuena en el interior del coche. Algo ha chocado contra el cristal a toda velocidad. No pasa nada, no se rompe nada, Rafa no pierde el control del vehículo, pero el incidente basta para cambiar completamente los agitados componentes de su ánimo. Decide pararse en el arcén. Se queda mirando al vacío con las manos temblorosas. 


La extinción no tiene por qué ser mala

Pasado un minuto, sale del coche, se pone el chaleco de emergencia y camina los cien metros que le separan del pájaro muerto sin importarle el peligro al que se está exponiendo. Es un cuervo asqueroso, con las alas retorcidas y el pico partido por la mitad. En menos de media hora, cogerá por primera vez en brazos a su hijo recién nacido. ¿Quién podrá convencer a Rafa de que la muerte del cuervo y el nacimiento de su hijo son dos hechos completamente aislados en el mundo? ¿Cómo penetrar en su mente para levantar un muro infranqueable entre ambas ideas? Y si opta por no contarle a nadie lo que ha pasado, por no revelarle a nadie su zozobra... ¿Habrá alguien a su alrededor lo suficientemente intuitivo como para desbrozar algún día el origen de ese extraño miedo que perseguirá a Rafa para siempre?

22 de mayo de 2012

Relatos 11: Putos animales y V


MONTSE

Está muy graciosa con su vestido de colores, pero muy triste porque lleva 15 minutos esperando en la puerta del colegio a que venga papá, al que hace una semana que no ve. Le ha pintado un dibujo con rotuladores carioca. Sobre un fondo azul se ven dos árboles flanqueando un casa con chimenea, toda la escena bañada por un sol que parece muy contento hoy. En la puerta de la casa aparecen ella y su padre, de la mano, sonrientes y con las cabezas desproporcionadamente grandes porque los niños no entienden los parámetros que miden el mundo.

Se ha puesto a chispear y Montse agita la cabeza para sacudirse las gotas de agua. Se pone la capucha del chaquetón porque su mamá siempre le dice que la lluvia es divertida por los charcos, pero peligrosa porque te puedes coger un catarro. La primera lágrima que se deja caer a trompicones lleva dentro una dosis de inocencia que jamás retornará del suelo en el que se estrella.



26 de abril de 2012

Relatos 11: Tan solo animales IV


SANDRA

Mete en la cesta otro paquete de algo herbodietético, algo insustancial, como insustanciales son las aristas de su vida en los últimos tiempos. Realiza la compra a cámara lenta, víctima del aburrimiento, de saber que los sofás y la cama seguirán ordenados cuando vuelva a casa. Todo se acelera cuando ve a Pedro desorientado, pidiendo una moneda a un tipo que ni siquiera le escucha. ¿Qué coño está haciendo? Lleva uno de esos trajes caros y estúpidos que tanto le reconfortan, pero a la vez mendiga vil metal, así que a Sandra le asalta el agobio. No entiende nada.

La niebla confusa que envuelve el supermercado aligera sus penas y comienza a silbar una vieja canción que siempre le puso alegre. Mete en la cesta un queso curado gigante, el más grasiento, y comienza a fantasear con los pinchos que va a cocinar en casa. Queso con mucho aceite de oliva, pan chapata y algo muy azucarado de postre, quizá una tarta de chocolate mastodóntica. Comprende perfectamente que su alegría mana de encontrarse a Pedro, un tipo al que entregó su alma y que ahora se arrastra, incrustado en su apariencia de vagabundo lujoso. Mal de muchos consuelo para el que quiera.

Sandra cruza tres pasillos con una sonrisa de caramelo bordada en el rostro, pero la alegría se desvanece rápido, con la fuerza letal de algo que acaba de recordar:  Pedro, ¿no tendrías que estar recogiendo a nuestra hija del colegio en este preciso instante?



19 de abril de 2012

Relatos 11: Tan solo animales III

 
INÉS

El uniforme le hace sentir parte de un campo de concentración nazi, uno de los pensamientos sombríos que abarrotan su cerebro, amenazando con explotar dentro de su cabeza. No tiene el número tatuado en el brazo como aquellas personas, pero sí un dibujito en la mano cuya inocente apariencia representa un futuro en ruinas. Se dejó arrastrar por la corriente de Toni hasta que su vida se ahogó. Lo que quedó de aquel naufragio todavía no ha reflotado, así que desconoce cuáles serán los nuevos raíles por los que transitará su existencia, detenida por el momento.

Le gustan los colores que pueblan un supermercado, la vivacidad de las frutas, los chirriantes envases de limpieza, todo contribuye a cubrir de pintura una pared desconchada, esa en la que cuelgan los jirones de su tristeza. Cajeras, cómo las detestaba, ahora entiende lo cerca que se encuentran de una vida monacal, de un comportamiento mecánico que protege de peligrosas reflexiones. Estás sepultada Inés, por paquetes de fruta, caramelos, botellas de cocacola, bolsas de patatas.

Un extraño producto se cuela en su cinta: la cabeza de un animal de la que apenas se aprovecha nada para comer. Le agrada observar lo cerca que se encuentra de la muerte, en su versión más grotesca porque el cerdito no tiene ni ojos. Lo observa y está a punto de levantar la cabeza para escrutar el rostro del comprador, pero se vuelve a imaginar en un campo de concentración con su uniforme y lo último que quiere es encontrar la mirada de un oficial nazi. Y, aunque no lo sabe, consigue evitar un dolor aún mayor.



17 de abril de 2012

Relatos 11: Tan solo animales II

PEDRO

Rebusca y rebusca en su traje hecho a medida, pero no encuentra la dichosa moneda con la que comprar un billete de autobús. Mierda, Pedro, te has dejado la cartera y en el curro y ahora está cerrado, necesitas esa moneda si quieres volver a casa. Vaga confuso alrededor de la plazoleta en la que se ha dado cuenta del error, convencido de que su disfraz de traje hará el resto: alguien le va a dar una moneda, fijo.

La sexta persona que aborda coincide con la sexta negativa, por su cabeza gravitando la idea de que nos estamos volviendo locos si no somos capaces de darle una moneda a quien la necesita. Coño, que va de traje. No te a va a atracar. No te pide un imposible. Apenas una moneda. Pedro se sienta en un banco, pero tiene frío, pega una patada a un cartón de vino vacío y enfila la puerta del supermercado para seguir su búsqueda, surrealista y titánica a un tiempo.

Qué suerte, se encuentra a Toni y le pide la moneda, pero el chico está en trance y ni siquiera entiende la petición que le formula. Toni, hombre, me das una monedita. Pobre diablo, se volvió loco por culpa de aquella chica, pero él sí podrá pagar el contenido de esa cesta que todavía lleva vacía. No consigue ese trocito de metal, que le podría llevar a su hija, al placer, a la tranquilidad, casi al mar. Su único día de visita esta semana a ella. Y está a punto de perderlo porque no consigue una moneda. Él, el hombre trajeado, importante y gilipollas.






12 de abril de 2012

Relato 11: Tan solo animales I


TONI

Acaricia sin convicción la caja de cereales, deslizando los dedos por el cartón como ruedas que besan el asfalto. Al final no coge los cereales, ni el bote de champú, aunque también lo toca con los dedos, ni la cocacola, ni siquiera la leche. En su vagar accidentado por el supermercado, con el mareo del que no sabe bien lo que hace, se cruza puñado de palabras inconexas con Pedro, al que también encuentra en la maraña cuadriculada de pasillos estrechos, rebosantes.

En la sección de carnicería, Toni detiene su sinsentido y se para a mirar con extrema curiosidad un grupo de cabezas de cerdo, que parecen alineadas para recibir la caricia de un bisturí. Como un homenaje al horror, esos extraños ojos animales miran a Toni y a todos partes a la vez, en general no tienen preferencias, dispuestas como están a invitar a cualquiera a su pequeño homenaje a la muerte. Pide una de esas cabezas, la que no tiene ojos, la que no mira, la que no le duele. Sí, se lleva la que no duele porque ve en ella la fuerza poderosas de un amuleto eterno.

Caperucita llevaba la cesta llena de viandas y casi se la come un lobo. Toni solo lleva una cabeza de cerdo, pero tampoco va a salir indemne de su viaje por un bosque de productos, etiquetas, ofertas y colorines. Se incorpora a la cola más larga y también la más rápida sin dejar de observar curioso el contenido de su cesta roja, como si alguien lo hubiera introducido allí. Lo deposita en la cinta, la cinta avanza y la vista de Toni choca con el tatuaje que se aloja en la mano de la cajera. Lo reconoce al instante, dos o tres lágrimas se quedan dentro de su cabeza y Toni sale a la calle a tomar aire porque se está ahogando. En la primera papelera que encuentra arroja la cabeza de cerdo. Sin mirarla porque no tiene ojos.



25 de enero de 2012

Relato 10: Cerrad la puta boca, por Dios...

 
 Los cánticos del coro se le clavaban en la cabeza como una corona de espinas. Aprovechó que todos los fieles entonaban “Alabaré a mi Señor” para sentarse detrás del altar y ocultarse durante unos segundos. Notaba las miradas acusatorias del monaguillo. Le hubiera encantando agarrar de la pechera al niñato y decirle “yo soy el que acusa aquí, no me mires así joder, no me mires así”. Pero la iglesia estaba llena de feligreses como todos los domingos a las doce de la mañana: no era buen momento para descargar su ira sobre el chavalín. A pesar de la resaca, el cura pudo pensar un rato en su monaguillo, en los diez años de fe inquebrantable que le habían procurado sus padres, una pareja de beatos que preferían no follar antes que forrarse el pito de plástico. “Padre Mateo, cómo me alegro de verle así de bien”, le había dicho el padre del niño antes de la misa, con una dosis de retranca barnizada en sus palabras. Un mundo inabordable de acusaciones y perdones llevado al éxtasis cada domingo. Sobre todo si el cura había dormido tres horas con una botella de Brugal nadando libremente por su torrente sanguíneo.

“ALAAAABARÉ A MI SEÑOR, ALAAAABARÉ A MI SEÑOR, ALAAAAAAABARÉ A MI SEÑOOOOOR ”.

Mateo acompañó el grito final del cántico. Mientras se levantaba de la silla, su mente acudió a una de esas viejas manías que pueden convertir el día a día en un infierno. Mateo no podía evitar concebirlo todo en porcentajes. Había sido un brillante estudiante de Matemáticas en su infancia y todavía conservaba algunas reliquias. “Ya han pasado cinco minutos, el doce por ciento de la misa”, se dijo a modo de consuelo mientras un potente rayo de sol partía en dos su cuerpo. Los grandes ventanales de la Iglesia de San Pablo daban al lugar un agradable aspecto natural que, en medio de un día tan soleado como aquel, permitían no encender ninguna luz artificial. Era una iglesia pequeña, modesta, con diez largas bancadas en las que no cabían más de doscientas personas. Siempre estaba llena en misa de domingo, el día en el que una amalgama de fe rancia y recalentada empapaba el ambiente. Detrás del altar, a espaldas de Mateo, un Jesucristo de tamaño natural tallado en madera de pino presidía la iglesia, ligeramente desnucado hacia su izquierda por los siglos de los siglos. En un costado y dos peldaños de escalera por debajo se encontraba el coro, formado por una docena de chavales a las puertas de la adolescencia que obedecían compulsivamente a la guitarra de Carlitos, el mayor de todos ellos. Mateo solía quedar con ellos todos los viernes para ajustar el programa de las misas, pero las últimas semanas los chavales se estaban apañando sin la ayuda del cura. “Se gestionan bien”, pensó Mateo mientras alzaba las manos al cielo en el altar. Estaba en el punto más alto de la desidia dominical, pero había dos centenares de personas sedientas esperando su traguito de esperanza. Mateo tenía 32 años. Al otro lado del altar, la media de edad se doblaba. 

“Queridos hermanos….”, comenzó sin aspavientos, dando rienda suelta a una oración precocinada sin espacio a la improvisación. Notaba la resaca nublando la misa: no era momento para virguerías. En medio de su discurso cruzó varias veces la mirada con el padre del monaguillo. Vestía un jersey teja de pico y unos pantalones beige de pinza. El peinado a raya le dibujaba un perfil plano como el horizonte del mar. Sus ojos lanzaban destellos de acusación que Mateo esquivaba con elegancia. Era un ritual secreto entre ambos que practicaban casi todos los domingos desde hacía un par de años. Algunos domingos, el cura se refocilaba con el jueguito pero esta vez el martillo de la resaca bataneaba demasiado fuerte, haciendo que sus sienes temblaran a ritmo de latido.  Pero dominaba el arte del sermoneo y no le hacía falta pensar, como le pasa a un conductor experto cuando surca una autopista. Solo era cuestión de llegar al cien por cien de la misa. Miró el reloj de pared en cuanto acabó su parlamento: “Veintisiete por ciento y subiendo”.

“AAAMAOS, COMO YO OS HE AMADOOO, CON EL CORAZÓN ABIERTO, CONSTRUYENDO ENTRE TODOS LA FAMILIA DE MARÍÍÍÍÍÍÍA”.

Algunas resacas son peores que la muerte.

Los cánticos seguían atravesando sus meninges como dardos envenenados. Mateo había olvidado tomarse un paracetamol antes de acostarse y el que se había enchufado con el desayuno todavía no había hecho efecto. ¡Qué lejos quedaba la orilla! Por lo menos a un setenta por ciento de distancia. La lectura de una carta de la carta de San Pablo a los corintios 13, 1-13 se traducía en una pequeña victoria para el cura, en una tregua del cinco por ciento. Una veterana beata caminó con parsimonia hacia el micrófono, instalado junto al coro. Sus lentos movimientos parecían programados para revestir la ceremonia de un halo celestial de la que carecía. Es imposible convertir en especial algo que se repite cada siete días. Se cogió la falda con recato para no tropezar, ajustó sus enormes gafas de carey y abrió el libro que ella misma había preparado antes de la misa. Antes de hablar, dirigió una tierna mirada a Mateo, que agradeció la falta de reproche en aquellos ojos gastados. “Es como una niña”, pensó el cura, preguntándose si era envidia lo que sentía en ese momento. La voz aguda de la anciana hipnotizó al respetable:

Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es imperfecto. Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño, pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí. En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande todas es el amor.

La beata pronunció el discurso lentamente, paladeando cada palabra, cada segundo de su breve intervalo de gloria semanal. Doscientas caras sonrieron al unísono bañadas por la luz de los ventanales, hasta que el ruido del portalón que daba acceso a la iglesia quebró el momento. Un fiel que se había retrasado pidió perdón con los ojos y se quedó de pie tras la última bancada, como un niño castigado por el profe, pero con el pan y el periódico debajo del brazo. El cura esbozó un reproche visual, pero no pudo redondear su gesto porque otra punzada de resaca le hizo cerrar los ojos con fuerza. “Treinta y cinco por ciento”, se dijo mientras la guitarra de Carlitos arrancaba con la violencia de una motosierra.

“SEÑOR TEN PIEDAAAAD, SEÑOR TEN PIEDAAAAD DE NOSOTROS
CRISTO JESÚS TEN PIEDAAAAD DE NOSOTROOOOS
TEN PIEDAD DE NOSOTROOOOOOS”.

Sin tiempo para el reposo, la beata lectora, que había contemplado embobada la enésima actuación del coro, acometió la segunda lectura. Dominaba los tiempos de la misa como un presentador de televisión domina la escaleta de su ‘late night’. Con un breve carraspeo volvió a demandar la atención de su audiencia.

Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: "¡Hazme justicia contra mi adversario!”. Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: "Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme…”.

En medio de su particular tormento, Mateo rió con disimulo. Un oasis muy necesario: pensó que el pedacito de San Lucas-18 no podía estar mejor elegido. Mientras la beata seguía con su parlamento, el cura pensó en las doscientas personas congregadas en la iglesia y concluyó que al menos un veinte por ciento del auditorio estaba formado por viudas. Siempre la había parecido llamativo que un joven como él impartiera lecciones de vida a señoras que podían ser su abuela. Sin embargo, últimamente no le parecía llamativo. Le parecía absurdo. Muy absurdo. Unas gotas de tristeza se diluyeron en su resaca, generando una mezcla corrosiva de sentimientos justo cuando debía subir al altar para encarar su momento estelar de la misa: lectura de evangelio y homilía. Notó todas las miradas resbalando por su cuerpo, fundidas con la resaca, abrazadas a un dolor que, supuso, duraría para siempre.