30 de septiembre de 2017

Relatos 26: Ver la luz


Y justo antes de abrir la puerta de casa, me doy cuenta de la ranura de luz que se filtra por debajo e ilumina el felpudo. Se me congelan todas las vísceras menos el corazón, ese siempre va por su cuenta y empieza a patalear como un niño al ver el plato de brócoli. Vale que son las seis de la mañana, vale que llevo siete copas encima, pero ni obviando todo eso sería capaz de pensar con normalidad. Joder, hay luz en casa, en mi guarida de soltero. Pese a la castaña que llevo, la pesquisa es rápida, todo va deprisa cuando un mazo aporrea dentro de tu pecho a ritmo creciente. ¿Quién tiene llaves de mi casa? Mis padres y Sandrita. Mis padres están en el pueblo, descartados. Sandrita no tengo ni idea de dónde está, es ella. La lógica binaria que dicta el Jack Daniel’s no deja espacio a la réplica. Blanco, negro, eufórico, destrozado. Bueno, ahora no sé cómo estoy, pero sí noto esa promesa infectando mi sangre. ¿Será posible, Sandrita? ¿Después de todo un año de silencios angostados y sueños traicioneros? A ver, ¿qué día es hoy? ¿Su cumple, el mío, algún aniversario? Qué va, esto no va de calendarios. Aquí hay algo puro, un instinto natural que nada le debe a la nostalgia. ¡Toma ya! Empiezo a sudar, a sudar alcohol, se entiende, pero al mismo tiempo noto que el pedo me sube más. Qué bien me vendrían unas gominolas. Apoyo la espalda en la pared y me dejo resbalar hasta quedar sentado sobre el felpudo. Piensa, piensa. ¿Si llamo por teléfono a Sandrita para asegurarme?  ¡Pero si seguramente esté al otro lado de la puerta y yo tengo la llave! Vamos Jack, no digas chorradas, mierda, empiezo a hablar solo, no, no, debo concentrarme. Me agarro la cabeza y sin querer activo el dolor de cabeza. Da igual, era cuestión de tiempo, cuanto antes empiece antes acaba. 


La luz puede dar más mal rollo que la oscuridad


Me tumbo boca arriba sobre el felpudo y mi caro polo de Fred Perry se llena de mierda. ¡Eh, qué más da eso ahora! ¡Aquí está en juego el corazón, sí, el corazón, el puto amor, y las cosas materiales palidecen insignificantes a su lado! Tengo ganas de gritarlo en el rellano y si no lo hago es para no perder el factor sorpresa con Sandrita. Seguro que se ha quedado dormida sobre el sofá. Cuando entré podré admirarla como la diosa que es, antes de darle ese abrazo que necesita y que le ha hecho venir hasta aquí con la fijación de un yonqui. Pego la frente al marco inferior de la puerta y asomo los ojos por la ranura de luz. Es imposible distinguir nada, más allá de una blancura total que me araña las pupilas. Esa luz solo puede emanar de una deidad, no hay duda. Sandrita, mi Sandra querida, no vas a tener que esperar más, ya llego. Me apoyo en el pomo de la puerta y elevo mi cuerpo escombro con mucho esfuerzo. Es mi última reserva de energía, pero poco importa porque pronto estaré abrazado a ella. Se me caen las llaves, el felpudo amortigua el sonido y el factor sorpresa queda a salvo. Sí, todo está saliendo bien. Toc, toc, toc, toc, a la quinta atinó con la llave en el bombín y giro despacio. Entro de puntillas a casa y atravieso el pasillo con el corazón aislado en su propia rave. Cuando entre el salón, miraré a la izquierda y allí estará ella, tumbada sobre el sofá con su perfume de violetas.  Justo antes de cruzar ese umbral, me paro, cierro los ojos y doy las gracias a ese Dios en el que no creo. Le prometo que a partir de mañana, bueno ya de hoy, todo va a cambiar. Firmo el pacto y al fin entro. Tumbado sobre el interruptor de la lámpara de pie, Micifuz alza la cabeza, me interroga con la mirada y sé que tiene hambre, ganas de joder, o las dos cosas.