Volví
al banco, me lié otro canuto y un cuarto de hora después se
presentó Virginia con unas largas botas de cuero que le lamían la
pierna hasta la rodilla. La plaza estaba bastante despejada y la vi
llegar desde lejos. Saboreé al mismo tiempo las caladas y aquella
forma de caminar decidida pero frágil. Las botas castigaban el
empedrado del suelo, produciendo un sonido rítmico. Cloc, cloc,
cloc. Y ella estaba cada vez más cerca de mi y yo cada vez más
lejos de entender las cosas. Llegó hasta mi banco y, sin decir nada,
se inclinó para darme dos besos. El segundo impactó en la comisura
de mi labio izquierdo y un leve movimiento de mi cabeza habría
bastado para provocar una sacudida, un fuerte terremoto. Preferí
seguir la senda segura y dejar que el nuevo panorama se dibujara a si
mismo.
- Hola Virginia.
- Vamos a tomar un café, me sentará bien –sugirió ella.
Me
levanté del banco con las manos metidas en los bolsillo. Virginia se
cogió a mi brazo derecho y nos dirigimos sin hablar hacia la única
cafetería del lugar. Abrí la puerta y dejé entrar a Virginia.
Mientras pasaba delante de mi eché un vistazo rápido a la plaza. Vi
al gato en medio de aquella planicie de cemento. Tenía las patas muy
firmes y ya no agachaba la cabeza. Me miró fijamente. Tiré al
canuto al suelo, lo aplasté con el pie y entre a esa cafetería en
la que todo podía acelerarse o languidecer, dependiendo de un montón
de factores que yo no controlaba. Virginia ya esperaba sentada en una
mesa.
- Solo con hielo, ¿no? –le pregunté desde la barra.
Ella
asintió con la cabeza mientras se quitaba la chaqueta. El camarero
anotó el café y también la cerveza que yo pedí. Esperé en la
barra a que me pusiera las consumiciones. En la mesa, Virginia
machacaba las teclas de su móvil. Se volvió a meter el teléfono en
el bolso cuando llevé el café y la cerveza a la mesa. Me senté,
pegué a la birra un trago largo como una serpiente y estiré las
piernas, esperando la precipitación de las cosas. Todo parecía
importante en aquel momento, el aspecto de la cafetería, el sol
filtrado por la ventana, la ropa que llevábamos. Virginia empezó
apuntando al aire.
- ¿Qué tal? –dijo.
- Bien –contesté.
Luego me
apuntó al pecho.
- ¿De verdad? –insistió.
- Claro.
Y
entonces disparó.
- Te lo ha contado Toño, ¿no?
- Sí. Acabo de estar con él.
Levantó
la cabeza en un respingo, arrebatada por la sorpresa.
- ¿En serio?
- Pues sí. Me lo ha contado hace un rato. Me ha dicho que lo habéis dejado de mutuo acuerdo y creo que no está muy seguro de la decisión.
- ¿Eso te ha dicho? –preguntó con un ojo más abierto que el otro.
- Sí.
Me eché
para atrás y miré un momento a la barra. El camarero nos observaba
mientras limpiaba vasos con una bayeta. No había nadie más en el
bar. Le aguanté la mirada unos segundos hasta que cedió. Puso unas
patatas fritas en un plato y me las ofreció alzando las cejas. El
canuto me había dado hambre, así que acepte el ofrecimiento y me
levanté a por el plato.
- ¿A dónde vas ahora? –dijo al instante Virginia. Angustiada.
- A ninguna parte, solo a por esas patatas –le informé señalando la barra.
- Ah vale –dijo con apuro-. Perdona, estoy un poco descolocada.
Volví
con las patatas y empecé a comerlas muy despacio, saboreando cada
grano de sal. Entonces Virginia me cogió la mano e interiormente
paladeé el tacto de aquellos dedos. Llenos de calor, a punto de
explotar.
- Manu, no ha sido de mutuo acuerdo. Lo he dejado yo –reveló
- ¿Ah sí? –pregunté. Estaba sorprendido, pero creo que solo a medias.
- Sí. No sé por qué te habrá dicho otra cosa. Supongo que para salvaguardar su estúpido orgullo macho. Pero le he dejado yo a él. Esto no podía continuar. Lo sé yo, lo sabe Toño. Y lo sabes tú.
- ¿Yo? ¿Qué voy a saber yo? No estoy en vuestras cabeza –dije con el pedal de la vehemencia a medio gas-. No conozco vuestras intimidades. Solo Toño y tú sabéis de verdad cómo es vuestra relación, cuánto os queréis, hasta dónde llegaríais juntos. Yo solo soy amigo vuestro.
- ¿También eres amigo mío? –dijo ella.
Y
entonces pensé, pensé y pensé, todo lo que se puede pensar en un
suspiro. Me machaqué la cabeza en tres segundos. Puedes pasar días,
semanas, meses sin hacer nada importante, pero de repente el tiempo
se comprime y todo se juega en décimas de segundo. No hay
entrenamiento para algo así. Solo existes tú y aquello a lo que te
enfrentas.
- Tienes razón, Virginia, en realidad no eres mi amiga –contesté al fin-. Si no fuera por Toño no te habría conocido nunca. Él sí es mi amigo y desde hace muchos años. Para mi, tú solo eres su novia y ya ni siquiera eso. En realidad no sé qué hago aquí –dije de carrerilla, con las palabras inmersas en una ola de crueldad necesaria-. Así que me voy.
Y esa
era mi intención cuando me levanté, pero Virginia impidió la
huida. Ella también se levantó, elevada en aquellas largas botas de
cuero. Me quedé muy quieto. Ella me cogió la cara y la acercó a
sus labios. Me estampó el mejor beso que me han dado nunca,
interrumpido por el sonido robótico de mi móvil. Me separé de
Virginia.
- Me están llamando –dije estúpidamente.
- Ya lo veo –contestó ella a medio reír, no sé si de alegría, de tristeza o de vergüenza.
Cogí el
móvil y salí a la calle. Ya había dejado de sonar y no me dio
tiempo a coger, pero supuse acertadamente que enseguida volvería a
hacerlo. Me dirigí al centro de la plaza buscando al gato con la
mirada. Y luego seguí y seguí andando, alejándome cada vez más de
aquella plaza a la que nunca he vuelto y de aquella chica a la que
espero no volver a ver, hasta que mi amigo volvió a llamar.
- Dime Toño –dije al descolgar.