Sin dejar de temblar, levanté la pistola al techo de la
bodega y grité con todas mis fuerzas.
- ¡¡Manos arriba, esto es un atraco!!
Rodeados por un mar circular de barricas y con una copa de
vino en sus arrugadas manos, la mitad de los ancianos ni siquiera reaccionó.
Las columnas, los focos de luz y el intenso olor a madera húmeda no casaban con
mi aventura, pero yo no estaba para detalles estéticos: solo pensaba en la
pasta. Sobrecogida por mi alarido, la guía se agarró a una columna y me miró
fijamente mientras su cara atravesaba un variado arco de emociones: terror,
estupefacción, extrañeza... La mitad del grupo turístico que sí tenía pilas en
el sonotone se giró en grupo, como un elefante estirándose al amanecer. Vieron
mi chándal de tactel, mis viejas zapatillas J'hayber, mi pasamontañas casero y
el resto de harapos que completaban al inesperado caballero de la triste
figura. Detrás, la guía parecía recomponerse al compás que frenaba su corazón
tras una breve taquicardia.
- Oiga, esa pistola es de juguete, ¿verdad? -dijo.
Miré de reojo al pasillo y calculé cuánto me costaría
escapar corriendo, no hubiera estado de más un poco más de planificación...
Pero no me iba a rendir tan pronto.
- ¿De juguete? ¡Pero qué dices! ¡Esta pipa es de verdad y
pienso disparar, eh! ¡Que estoy muy loco!
Bodega Viña Real AKA El paraíso |
Una parte del grupo seguía sin inmutarse, catando el CVNE
como si nada, pero una anciana se disgregó y fue directa hacia mí: no podía
creer que me hubiera reconocido. La visión de mi mayor rival me puso de los
nervios y rompí a sudar. En décimas de segundo se me empapó la mano. La pistola
resbaló y cayó al suelo mecida por un grito colectivo de pánico. Al chocar, la
carcasa de plástico se partió en dos y del núcleo empezaron a surgir falsos
sonidos de bala. La verdad es que era un juguete logrado y algún anciano se
tiró al suelo, pero no mi vieja enemiga, que avanzaba implacable entre efluvios
de garnacha y tempranillo. Parecía una reina achacosa, levitando sobre barricas
que podría lanzar contra mí con un movimiento de cejas. Yo estaba petrificado
por el miedo y no moví una célula cuando llegó a mi altura, alzó un brazo y me
quitó el pasamontañas con una ágil movimiento impropio de su edad; la rabia
actuaba como la poción mágica. Pese a estar picados por las cataratas, sus ojos
se las apañaron para verter sobre mí un cóctel venenoso de odio e intensa decepción.
Me pegó una colleja que retumbó en la bodega, chocando por las paredes como un bumerán
que multiplicó mi humillación. Finalmente se dio la vuelta, levantó su copa y
lanzó una petición a sus colegas del IMSERSO.
- ¡Un brindis por el hijo más tonto del mundo!