PEDRO
Rebusca y rebusca en su traje hecho a medida, pero no
encuentra la dichosa moneda con la que comprar un billete de autobús. Mierda,
Pedro, te has dejado la cartera y en el curro y ahora está cerrado, necesitas
esa moneda si quieres volver a casa. Vaga confuso alrededor de la
plazoleta en la que se ha dado cuenta del error, convencido de que su disfraz
de traje hará el resto: alguien le va a dar una moneda, fijo.
La sexta persona que aborda coincide con la sexta negativa,
por su cabeza gravitando la idea de que nos estamos volviendo locos si no somos
capaces de darle una moneda a quien la necesita. Coño, que va de traje. No te a
va a atracar. No te pide un imposible. Apenas una moneda. Pedro se sienta en un
banco, pero tiene frío, pega una patada a un cartón de vino vacío y enfila la
puerta del supermercado para seguir su búsqueda, surrealista y titánica a un
tiempo.
Qué suerte, se encuentra a Toni y le pide la moneda, pero el
chico está en trance y ni siquiera entiende la petición que le formula. Toni,
hombre, me das una monedita. Pobre diablo, se volvió loco por culpa de aquella
chica, pero él sí podrá pagar el contenido de esa cesta que todavía lleva
vacía. No consigue ese trocito de metal, que le podría llevar a su hija, al
placer, a la tranquilidad, casi al mar. Su único día de visita esta semana a
ella. Y está a punto de perderlo porque no consigue una moneda. Él, el hombre
trajeado, importante y gilipollas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario