Una brisa
herrumbrosa le acariciaba el pelo, del que empezaban a desprenderse unas gotas
de sudor gordas como garbanzos. En las pestañas descansaban algunas briznas de
algodón que preñaban el aire de Arkansas en aquella época del año. El sargento
Patterson, ya retirado, con medio cuerpo volcado hacia el abrevadero, se detuvo
un momento a respirar ese aire cargado de sensaciones tradicionales, pero de
algún modo conectado con la embotada atmósfera de Diwaniya. Sentía una extraña
nostalgia mutante, nacida de dos nostalgias diferentes, como una hidra de dos
cabezas que amenazaba con arrancarle la cabeza de cuajo desde dentro, amarrada
a lo más profundo de sus malgastadas conexiones neuronales. Recuerdos
entreverados de su infancia en Little Rock y de su estancia en Irak, aliados
para confundirle aún más. Soltó un segundo el cuello que tenía entre las manos
y vio una cara volverse hacia él, enrojecida como un pimiento morrón. Veía los
labios de su presa moverse entre temblores, pero tenía los oídos abotargados
por el ruido de las balas y las granadas, estallando al alimón en una macabra
composición rítmica. Miró al frente muy asustado, convencido de que un tanque
se abalanzaría sobre él en cuestión de segundos, pero solo vio tres vacas
absorbiendo con indiferencia los últimos rayos de sol del día.
Pues tu cuidador sabe menos todavía... |
El peligro había
pasado, pero solo de momento, así que echó la mano al cinturón para agarrar la
pistola, pero de su cincho de cuero solo colgaba un viejo teléfono móvil,
obsoleto desde hacía años. Acto seguido, reaccionó con sus buenos reflejos de
siempre cuando su presa intentó escapar. Volvió a cogerle el cuello con las dos
manos y a meterle la cabeza en el abrevadero. Los largos cabellos rubios se le
pegaron a las manos como algas de río. Al otro extremo del largo recipiente de
madera, otra vaca tragaba agua con esa lentitud tan habitual en la vida
cotidiana de Arkansas. ¿Pero era una vaca? ¿O un orondo soldado iraquí? ¿Bebía
agua o la envenenaba con sus labios? ¿El sol lastimero bañaba la granja o todo
sucedía un campamento militar? Decenas de dudas inextricables atravesaban su
mente como bumeranes ardiendo. Empapado ya en sudor, apretó más aquel cuello
frágil, a punto de crujir cuando, por el rabillo del ojo, vio una mujer saltar
a la carrera desde el porche y esprintar hacía él, con las manos en la cabeza y
un temblor en los labios similar al que había visto antes. Esos labios,
idénticos a los de su presa... El sargento Patterson amenazó a grito pelado. Si
das un paso más le parto el cuello. La mujer se detuvo en seco y gritó algo,
pero los oídos de Patterson seguían obstruidos, como una vena llena de
colesterol. Soltó a su presa para tratar de desatascarlos con las manos y la
niña, pese a la falta de oxígeno, pudo pronunciar tres palabras que esta vez el
militar sí pudo escuchar, además con una nitidez que no recordaba desde su
infancia, desde aquellas corricainas por la granja familiar en las que su
felicidad había encallado para siempre. Papá, no, papá…
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