TERCERA ESTACIÓN: PRIMAVERA
Sí que sigue vivo,
aunque no sé por cuánto tiempo. No es que él me haya dicho nada, pero es
evidente que está mal, con los ojos hundidos y la piel cerúlea. Supongo que
tendrá cáncer o algo por el estilo, pero tampoco me he atrevido a
preguntárselo, bastante valor le he echado ya para acercarme a hablar con él.
Casi nadie viene a vernos entrenar y por eso me ha llamado la atención un
hombre corpulento y desgarbado, medio tumbado en la pequeña grada del Adarraga.
Al pasar trotando por esa curva he mirado con disimulo y me he dado cuenta de
que era él; el sol primaveral le había obligado a quitarse el jersey y he visto
claramente su tatuaje. Hacía meses que no le veía y ya casi me había olvidado
de él, pero en cuanto me he topado con esas armas incrustadas con tinta bajo su
piel he recordado de golpe. El examen de Química del día siguiente me obligaba
a irme pitando a casa para estudiar, pero al acabar el entrenamiento no me he
resistido a acercarme a la grada. Me he quedado mirándole a dos metros y he
vuelto a ver esa pose sosegada que, de algún modo indescifrable, irradia paz.
Nos hemos quedado así unos diez segundos y no ha dicho ni pío hasta que yo he
abierto la boca. ¿Eres Martín? Toda la calma acumulada se le ha esfumado en un
segundo. Ha arremolinado su cuerpo espasmódicamente y se ha puesto en pie. Sí,
soy yo, cómo lo sabes, tú quién eres chaval. Me ha dado tiempo a mirar al cielo
y cegarme con el sol, a ver las señales que me hacía Raquel desde la puerta
para decirme que me diera prisa, a pensar brevemente en los enlaces de carbono,
las reducciones de oxidación y los extraños elementos que me esperaban al
llegar a casa como el Protactinio, el Kryptón o el Californio. Hasta que me ha
puesto la mano en el hombro y he tenido que apretar el botón rojo. Soy tu
sobrino, Martín.
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Y ahora, en la prórroga
de esta extraña vida que me ha tocado jugar, se me presenta una inesperada
oportunidad de redención. Tonteo con la posibilidad de una reconciliación
universal, conmigo mismo y con mis seres queridos, de los que me he mantenido
alejado tanto tiempo y tantos kilómetros. No debería darle de fumar al chaval, pero
sé que tratarle como un adulto nos viene bien a los dos, a mi me da un
interlocutor válido y a él la confianza necesaria para abrirse sin frenos ni
miedos. El día espléndido que disfrutamos en el Parque del Ebro ayuda a
despejar las mentes, a ver nuestras decisiones como absurdas maquinaciones que
a nadie le incumben. El chaval me cuenta muchas cosas sin tocar los puntos
neurálgicos ni hacerme las preguntas que arden dentro de su pecho. Le gusta
mucho el atletismo, ya he comprobado que no tiene ni de lejos el potencial de
su madre, pero quién soy yo para meterle arena en el motor. Quién soy yo para
darle consejos ni para quitarle sueños. No soy nadie para él, no soy nadie para
nadie, y pronto me uniré a los fantasmas que se dejan llevar río Ebro abajo. Solo
tendría que cruzar el parque, dejarme engullir por la corriente, montar a lomos
de un siluro y cruzar Navarra, Aragón, Cataluña… ¿Cómo dices, chaval? No sé, no
lo veo claro, tu madre imagino que se alegraría de verme, pero a tu padre le
puede dar un infarto si pongo un pie en casa. De qué serviría, acaso crees que
una cena puede enjuagar tantos años de silencio pedregoso. Tú no te preocupes
por mí chaval, yo estaré bien, dedícate a estudiar mucho que es lo importante y
a ver si apruebas de una vez la puñetera Química. Tampoco es una asignatura tan
difícil, se trata de que la veas con perspectiva e imagines en tu cabeza todos
esos enlaces y reacciones. Ten fe, se te ve espabilado. Sí, te prometo que lo
pensaré. Anda trae aquí, no fumes más.
2 comentarios:
¡Enhorabuena por el premio!
Desde San Sebastián de los Reyes, me enteré de la noticia al leer el periódico local. Y no he podido resistir conocer el blog.
Ánimo con la creatividad carnívora del colmillo.
¡Mucha suerte!
Muchas gracias, prometo seguir hincando el colmillo hasta el hueso!
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