Adeu a las barras de latón y sus camareros de modal elegante y verbo chistoso. A los metros abarrotados, a los atascos donde la vida se marcha por el sumidero gota a gota.
Adeu a los madridistas y a los colchoneros, a los museos y los teatros, al riachuelo que nunca será lo que sueña.
Adeu al viejo que vi robar dos ciruelas a la frutería paquistaní en mi último día viviendo en Madrid. Bonita estampa para cerrar una etapa de 18 años.
Adeu a la basura en las calles y al aroma a pis emboscado en cada esquina oscura, listo para apretujarte de asco el cerebro.
Adeu a los churros y las porras, a las bicicletas asesinas y estropeadas.
Adeu a las tapas, a las gallinejas y al ladrillo rojo. A los domingos de frío soleado, a los dobles de Mahou.
Adeu a la sierra, a la inquietante Puerta del Sol y su presidenta de Tim Burton.
Adeu a los trayectos combinados en metro, cercanías y autobús, tantos enamoramientos fugaces y estériles; y tantos libros entonces, tantos móviles de mierda ahora...
Adeu, capital mía. Siempre serás la ciudad donde todo es posible, pero últimamente lo posible se estaba convertido cada vez más en lo insufrible. Y adeu, queridos madrileños, suprema decantación de todas las aldeas y pueblos del país. Vosotros resistís grandiosos mientras la ciudad degenera a vuestro alrededor.
Adeu, Madrid.