12 de octubre de 2012

Relatos 18: Sargento Patterson


Una brisa herrumbrosa le acariciaba el pelo, del que empezaban a desprenderse unas gotas de sudor gordas como garbanzos. En las pestañas descansaban algunas briznas de algodón que preñaban el aire de Arkansas en aquella época del año. El sargento Patterson, ya retirado, con medio cuerpo volcado hacia el abrevadero, se detuvo un momento a respirar ese aire cargado de sensaciones tradicionales, pero de algún modo conectado con la embotada atmósfera de Diwaniya. Sentía una extraña nostalgia mutante, nacida de dos nostalgias diferentes, como una hidra de dos cabezas que amenazaba con arrancarle la cabeza de cuajo desde dentro, amarrada a lo más profundo de sus malgastadas conexiones neuronales. Recuerdos entreverados de su infancia en Little Rock y de su estancia en Irak, aliados para confundirle aún más. Soltó un segundo el cuello que tenía entre las manos y vio una cara volverse hacia él, enrojecida como un pimiento morrón. Veía los labios de su presa moverse entre temblores, pero tenía los oídos abotargados por el ruido de las balas y las granadas, estallando al alimón en una macabra composición rítmica. Miró al frente muy asustado, convencido de que un tanque se abalanzaría sobre él en cuestión de segundos, pero solo vio tres vacas absorbiendo con indiferencia los últimos rayos de sol del día. 

Pues tu cuidador sabe menos todavía...

 El peligro había pasado, pero solo de momento, así que echó la mano al cinturón para agarrar la pistola, pero de su cincho de cuero solo colgaba un viejo teléfono móvil, obsoleto desde hacía años. Acto seguido, reaccionó con sus buenos reflejos de siempre cuando su presa intentó escapar. Volvió a cogerle el cuello con las dos manos y a meterle la cabeza en el abrevadero. Los largos cabellos rubios se le pegaron a las manos como algas de río. Al otro extremo del largo recipiente de madera, otra vaca tragaba agua con esa lentitud tan habitual en la vida cotidiana de Arkansas. ¿Pero era una vaca? ¿O un orondo soldado iraquí? ¿Bebía agua o la envenenaba con sus labios? ¿El sol lastimero bañaba la granja o todo sucedía un campamento militar? Decenas de dudas inextricables atravesaban su mente como bumeranes ardiendo. Empapado ya en sudor, apretó más aquel cuello frágil, a punto de crujir cuando, por el rabillo del ojo, vio una mujer saltar a la carrera desde el porche y esprintar hacía él, con las manos en la cabeza y un temblor en los labios similar al que había visto antes. Esos labios, idénticos a los de su presa... El sargento Patterson amenazó a grito pelado. Si das un paso más le parto el cuello. La mujer se detuvo en seco y gritó algo, pero los oídos de Patterson seguían obstruidos, como una vena llena de colesterol. Soltó a su presa para tratar de desatascarlos con las manos y la niña, pese a la falta de oxígeno, pudo pronunciar tres palabras que esta vez el militar sí pudo escuchar, además con una nitidez que no recordaba desde su infancia, desde aquellas corricainas por la granja familiar en las que su felicidad había encallado para siempre. Papá, no, papá…

4 de octubre de 2012

Relatos 17: No soy nadie para nadie (y IV)

CUARTA ESTACIÓN: VERANO

Solo soy un chaval, pero a veces pienso que soy más listo que todos vosotros juntos. Me parece triste, muy, muy triste, papá. Estás todo el curso dándome el coñazo con que apruebe la Química de una vez y sabes qué, que aprobar una asignatura es una chorrada al lado de las cosas importantes. No puedo entenderlo papá, sé que no me habéis contado lo que pasó y que posiblemente nunca lo haréis, pero como yo lo veo todo se reduce al desprecio que le has hecho al tío. ¿Sabes? Llego muchos días viéndome con él y estoy seguro de que es una buena persona. Te garantizo que ha hecho un esfuerzo sobrenatural para venir aquí, él no estaba seguro y le he tenido que convencer, me lo he currado mucho. Y, por si no lo sabías, se está muriendo. Me he metido en la habitación dando un portazo y mientras lo hacía me he dado cuenta de que algo había cambiado para siempre. He sentido crecer mi interior mientras le increpaba a mi padre. Con esos gritos he pedido el trato adulto que mi tío me concedió desde el primer día. Ahora entiendo que mi padre es un dique que frena sus emociones, pero también la de las personas que están a su alrededor, empezando por su propia familia. Me he dado cuenta al ver las lágrimas de mi madre, nunca la había visto llorar. Me pregunto de que tendrá tanto miedo mi padre, a mí la vida me parece un regalo. Seguro que mi madre también pensaba así a mi edad, pero cómo voy a saber lo que siente si vive atrapada bajo el manto de papá. Pero el verdadero perdedor es mi tío. Se ha marchado sin decir nada, ni una palabra de reproche pese a las brutalidades que le ha soltado papá. Un buen hombre no merece una despedida así. Estoy casi seguro de que ya nunca volveré a verle. Es una pena, me gustaría decirle que me ha encantado conocerle. Que me ha contagiado su paz.

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El cielo está encapotado y me he reído a solas pensando en aquella frase que solía decir mi padre: «Este año el verano ha caído en miércoles». No está mal empezar con buen humor la última aventura de mi vida. Aunque las cosas no me han salido del todo bien en Logroño, soy optimista por naturaleza y me quedo con lo bueno. He descubierto que la línea buena de la familia sigue adelante con un chaval muy prometedor y además le he podido dar un último abrazo a Amelia; en realidad es más de lo que aspiraba a conseguir volviendo a casa. Así que he mandado a tomar por culo a los fantasmas del Ebro y he enfocado la ruta contraria, rumbo a Nájera. Cada vez me cuesta más caminar y tendré que pararme a coger resuello cada dos por tres, pero estoy decidido a hacer el Camino de Santiago, por lo menos hasta donde llegue. Por primera vez tengo ganas de ver catedrales, siempre he oído maravillas de Burgos y León. No creo que sea la llamada de Dios, ya es demasiado tarde, sino una aspiración de trascendencia, de comprobar que, después de todo, el hombre es capaz de hacer cosas maravillosas. Claro que me da pena acudir solo al encuentro con la muerte, pero hay fuerzas muy poderosas que zarandean nuestras vidas, tanto que a veces solo podemos dejarnos centrifugar por las olas. Estoy cansado de pelearme con el destino y ahora me doy cuenta de que no opuse demasiada resistencia ni tampoco le eché muchas ganas a nada de lo que hice, pero sí estoy convencido de que nunca le hice daño a nadie y eso es algo que poca gente puede decir. Supongo que la rudeza del mundo aparta a las personas como yo, eso ya lo intuí en la Legión. Ahora veo con una claridad deslumbrante que solo aspiraba a existir en paz. El Camino me dirá si lo he conseguido. La naturaleza me revelará lo que no pudieron las personas.  

FIN 

1 de octubre de 2012

Relatos 17: No soy nadie para nadie (III)

TERCERA ESTACIÓN: PRIMAVERA

Sí que sigue vivo, aunque no sé por cuánto tiempo. No es que él me haya dicho nada, pero es evidente que está mal, con los ojos hundidos y la piel cerúlea. Supongo que tendrá cáncer o algo por el estilo, pero tampoco me he atrevido a preguntárselo, bastante valor le he echado ya para acercarme a hablar con él. Casi nadie viene a vernos entrenar y por eso me ha llamado la atención un hombre corpulento y desgarbado, medio tumbado en la pequeña grada del Adarraga. Al pasar trotando por esa curva he mirado con disimulo y me he dado cuenta de que era él; el sol primaveral le había obligado a quitarse el jersey y he visto claramente su tatuaje. Hacía meses que no le veía y ya casi me había olvidado de él, pero en cuanto me he topado con esas armas incrustadas con tinta bajo su piel he recordado de golpe. El examen de Química del día siguiente me obligaba a irme pitando a casa para estudiar, pero al acabar el entrenamiento no me he resistido a acercarme a la grada. Me he quedado mirándole a dos metros y he vuelto a ver esa pose sosegada que, de algún modo indescifrable, irradia paz. Nos hemos quedado así unos diez segundos y no ha dicho ni pío hasta que yo he abierto la boca. ¿Eres Martín? Toda la calma acumulada se le ha esfumado en un segundo. Ha arremolinado su cuerpo espasmódicamente y se ha puesto en pie. Sí, soy yo, cómo lo sabes, tú quién eres chaval. Me ha dado tiempo a mirar al cielo y cegarme con el sol, a ver las señales que me hacía Raquel desde la puerta para decirme que me diera prisa, a pensar brevemente en los enlaces de carbono, las reducciones de oxidación y los extraños elementos que me esperaban al llegar a casa como el Protactinio, el Kryptón o el Californio. Hasta que me ha puesto la mano en el hombro y he tenido que apretar el botón rojo. Soy tu sobrino, Martín.

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Y ahora, en la prórroga de esta extraña vida que me ha tocado jugar, se me presenta una inesperada oportunidad de redención. Tonteo con la posibilidad de una reconciliación universal, conmigo mismo y con mis seres queridos, de los que me he mantenido alejado tanto tiempo y tantos kilómetros. No debería darle de fumar al chaval, pero sé que tratarle como un adulto nos viene bien a los dos, a mi me da un interlocutor válido y a él la confianza necesaria para abrirse sin frenos ni miedos. El día espléndido que disfrutamos en el Parque del Ebro ayuda a despejar las mentes, a ver nuestras decisiones como absurdas maquinaciones que a nadie le incumben. El chaval me cuenta muchas cosas sin tocar los puntos neurálgicos ni hacerme las preguntas que arden dentro de su pecho. Le gusta mucho el atletismo, ya he comprobado que no tiene ni de lejos el potencial de su madre, pero quién soy yo para meterle arena en el motor. Quién soy yo para darle consejos ni para quitarle sueños. No soy nadie para él, no soy nadie para nadie, y pronto me uniré a los fantasmas que se dejan llevar río Ebro abajo. Solo tendría que cruzar el parque, dejarme engullir por la corriente, montar a lomos de un siluro y cruzar Navarra, Aragón, Cataluña… ¿Cómo dices, chaval? No sé, no lo veo claro, tu madre imagino que se alegraría de verme, pero a tu padre le puede dar un infarto si pongo un pie en casa. De qué serviría, acaso crees que una cena puede enjuagar tantos años de silencio pedregoso. Tú no te preocupes por mí chaval, yo estaré bien, dedícate a estudiar mucho que es lo importante y a ver si apruebas de una vez la puñetera Química. Tampoco es una asignatura tan difícil, se trata de que la veas con perspectiva e imagines en tu cabeza todos esos enlaces y reacciones. Ten fe, se te ve espabilado. Sí, te prometo que lo pensaré. Anda trae aquí, no fumes más.