26 de abril de 2012

Relatos 11: Tan solo animales IV


SANDRA

Mete en la cesta otro paquete de algo herbodietético, algo insustancial, como insustanciales son las aristas de su vida en los últimos tiempos. Realiza la compra a cámara lenta, víctima del aburrimiento, de saber que los sofás y la cama seguirán ordenados cuando vuelva a casa. Todo se acelera cuando ve a Pedro desorientado, pidiendo una moneda a un tipo que ni siquiera le escucha. ¿Qué coño está haciendo? Lleva uno de esos trajes caros y estúpidos que tanto le reconfortan, pero a la vez mendiga vil metal, así que a Sandra le asalta el agobio. No entiende nada.

La niebla confusa que envuelve el supermercado aligera sus penas y comienza a silbar una vieja canción que siempre le puso alegre. Mete en la cesta un queso curado gigante, el más grasiento, y comienza a fantasear con los pinchos que va a cocinar en casa. Queso con mucho aceite de oliva, pan chapata y algo muy azucarado de postre, quizá una tarta de chocolate mastodóntica. Comprende perfectamente que su alegría mana de encontrarse a Pedro, un tipo al que entregó su alma y que ahora se arrastra, incrustado en su apariencia de vagabundo lujoso. Mal de muchos consuelo para el que quiera.

Sandra cruza tres pasillos con una sonrisa de caramelo bordada en el rostro, pero la alegría se desvanece rápido, con la fuerza letal de algo que acaba de recordar:  Pedro, ¿no tendrías que estar recogiendo a nuestra hija del colegio en este preciso instante?



19 de abril de 2012

Relatos 11: Tan solo animales III

 
INÉS

El uniforme le hace sentir parte de un campo de concentración nazi, uno de los pensamientos sombríos que abarrotan su cerebro, amenazando con explotar dentro de su cabeza. No tiene el número tatuado en el brazo como aquellas personas, pero sí un dibujito en la mano cuya inocente apariencia representa un futuro en ruinas. Se dejó arrastrar por la corriente de Toni hasta que su vida se ahogó. Lo que quedó de aquel naufragio todavía no ha reflotado, así que desconoce cuáles serán los nuevos raíles por los que transitará su existencia, detenida por el momento.

Le gustan los colores que pueblan un supermercado, la vivacidad de las frutas, los chirriantes envases de limpieza, todo contribuye a cubrir de pintura una pared desconchada, esa en la que cuelgan los jirones de su tristeza. Cajeras, cómo las detestaba, ahora entiende lo cerca que se encuentran de una vida monacal, de un comportamiento mecánico que protege de peligrosas reflexiones. Estás sepultada Inés, por paquetes de fruta, caramelos, botellas de cocacola, bolsas de patatas.

Un extraño producto se cuela en su cinta: la cabeza de un animal de la que apenas se aprovecha nada para comer. Le agrada observar lo cerca que se encuentra de la muerte, en su versión más grotesca porque el cerdito no tiene ni ojos. Lo observa y está a punto de levantar la cabeza para escrutar el rostro del comprador, pero se vuelve a imaginar en un campo de concentración con su uniforme y lo último que quiere es encontrar la mirada de un oficial nazi. Y, aunque no lo sabe, consigue evitar un dolor aún mayor.



17 de abril de 2012

Relatos 11: Tan solo animales II

PEDRO

Rebusca y rebusca en su traje hecho a medida, pero no encuentra la dichosa moneda con la que comprar un billete de autobús. Mierda, Pedro, te has dejado la cartera y en el curro y ahora está cerrado, necesitas esa moneda si quieres volver a casa. Vaga confuso alrededor de la plazoleta en la que se ha dado cuenta del error, convencido de que su disfraz de traje hará el resto: alguien le va a dar una moneda, fijo.

La sexta persona que aborda coincide con la sexta negativa, por su cabeza gravitando la idea de que nos estamos volviendo locos si no somos capaces de darle una moneda a quien la necesita. Coño, que va de traje. No te a va a atracar. No te pide un imposible. Apenas una moneda. Pedro se sienta en un banco, pero tiene frío, pega una patada a un cartón de vino vacío y enfila la puerta del supermercado para seguir su búsqueda, surrealista y titánica a un tiempo.

Qué suerte, se encuentra a Toni y le pide la moneda, pero el chico está en trance y ni siquiera entiende la petición que le formula. Toni, hombre, me das una monedita. Pobre diablo, se volvió loco por culpa de aquella chica, pero él sí podrá pagar el contenido de esa cesta que todavía lleva vacía. No consigue ese trocito de metal, que le podría llevar a su hija, al placer, a la tranquilidad, casi al mar. Su único día de visita esta semana a ella. Y está a punto de perderlo porque no consigue una moneda. Él, el hombre trajeado, importante y gilipollas.






12 de abril de 2012

Relato 11: Tan solo animales I


TONI

Acaricia sin convicción la caja de cereales, deslizando los dedos por el cartón como ruedas que besan el asfalto. Al final no coge los cereales, ni el bote de champú, aunque también lo toca con los dedos, ni la cocacola, ni siquiera la leche. En su vagar accidentado por el supermercado, con el mareo del que no sabe bien lo que hace, se cruza puñado de palabras inconexas con Pedro, al que también encuentra en la maraña cuadriculada de pasillos estrechos, rebosantes.

En la sección de carnicería, Toni detiene su sinsentido y se para a mirar con extrema curiosidad un grupo de cabezas de cerdo, que parecen alineadas para recibir la caricia de un bisturí. Como un homenaje al horror, esos extraños ojos animales miran a Toni y a todos partes a la vez, en general no tienen preferencias, dispuestas como están a invitar a cualquiera a su pequeño homenaje a la muerte. Pide una de esas cabezas, la que no tiene ojos, la que no mira, la que no le duele. Sí, se lleva la que no duele porque ve en ella la fuerza poderosas de un amuleto eterno.

Caperucita llevaba la cesta llena de viandas y casi se la come un lobo. Toni solo lleva una cabeza de cerdo, pero tampoco va a salir indemne de su viaje por un bosque de productos, etiquetas, ofertas y colorines. Se incorpora a la cola más larga y también la más rápida sin dejar de observar curioso el contenido de su cesta roja, como si alguien lo hubiera introducido allí. Lo deposita en la cinta, la cinta avanza y la vista de Toni choca con el tatuaje que se aloja en la mano de la cajera. Lo reconoce al instante, dos o tres lágrimas se quedan dentro de su cabeza y Toni sale a la calle a tomar aire porque se está ahogando. En la primera papelera que encuentra arroja la cabeza de cerdo. Sin mirarla porque no tiene ojos.