7 de marzo de 2011

Relatos 7: Dos años después

La tercera vez que la mosca se posa en mi mano no soy tan paciente. Me produce un hormigueo en el pulgar que recorre el brazo como una serpiente de electricidad. No necesito veneno, no ahora, así que estampo un manotazo estéril. Risa en el insecto y sorpresa en mi interlocutora.
-       ¿Me estás escuchando?
No le estoy escuchando.
-       Sí, claro.
Un dios enfadado me ha colocado en la silla de este bar y me ha puesto este café en la mano. Es la única explicación que se me ocurre.
-       No, no me escuchas, igual que entonces, igual que siempre.
Tengo un lío de cables dentro de la cabeza, a ratos veo cómo deshacerlo, a ratos me electrocuta el cerebro. Busco a la mosca con la mirada y no la encuentro. Sigo sin escuchar, pero estoy casi convencido de que, al otro lado de la mesa,  mi interlocutora sigue hablando. El rato que sí prestaba atención ha taladrado mis cimientos y no quiero más. Me ha sacado temas viejos, historias abandonadas en el páramo de mi memoria, latas vacías que patear. No estoy para estos trotes, no contigo señorita.
-       Déjalo, en realidad no te escucho.
Puedo ver cómo la furia juguetea en su rostro esculpiendo una mueca vacía. Le he dicho que no le escucho, merece su ración de enfado, pero ambos sabemos que no vale la pena. Ya no. Pero a ella le da igual:
-       Vete a la mierda.
Estupendo, estoy deseando, cualquier cosa menos estar aquí. Siento como el aire cristalino que mis pulmones han acumulado en los dos últimos años se vicia por momentos. Se me encienden las alarmas, pero no son cómo las recordaba. Ahora no son escandalosas, llenas de ruido e ira. Ahora son pequeñas bengalas que miro con curiosidad. Definitivamente, estas no son las alarmas que se me encendían entonces.
-       De acuerdo, me voy a la mierda.
Me levanto ajeno a cualquier sentimiento, como se vive en el vagón del metro, y doy dos pasos antes de que su mano rodee mi brazo. Esa mano. Su tacto alimenta el mío y dejo que los relámpagos se me cuelen hasta los huesos. Son apenas dos segundos.
-       ¿Me voy a la mierda o no me voy a la mierda? – preguntó.
-       No, quédate.
No tengo nada mejor que hacer esta mugrienta tarde de agosto, así que vuelvo dócil a mi silla. De repente, siento un cosquilleo en la mano. La mosca que merodea por el bar ha vuelto. Esta vez voy a dejar que enrede un poco antes de espantarla. Su hormigueo es algo menos molesto.
-       Perdona por mandarte a la mierda, pero te reconoce que te has pasado un poco tú también, Nico.
-       De acuerdo.
-       Mira, igual te sonó rara la llamada ayer.
-       Algo, sí – desde luego.
-       Bueno, pero es que he estado haciendo balance últimamente y me he dado cuenta de que no sabía nada de ti desde que lo dejamos. Me ha dado un poco de rabia. ¿Sabes de qué hablo?
Claro que lo sé hostia.
-       Más o menos.
-       Fuimos muy importantes el uno para el otro.
No me sonrías por favor.
-       Bueno, ¿y qué?
-       Joder Nico, pues que me da rabia, ya te lo he dicho.
-       ¿El qué?
-       Que ahora seamos unos completos desconocidos.

Siempre buscando la viga en el ojo ajeno
 Así que caminamos por una senda tenebrosa a la que me has traído de la mano. Siempre me ha dado miedo la oscuridad, lo sabes, y me traes al centro. Un bosque muy tupido que no deja ver el sol, justo como entonces. Vale, juguemos.
-       Da rabia, pero me parece lo más lógico con el paso del tiempo.
-       ¿Lógico? ¿Te parece bien que llevemos tanto tiempo sin hablarnos? ¿Después de cinco años juntos? – insiste.
-       No he dicho bien, he dicho lógico.
-       Tú y tus palabras.
-       Son importantes.
Me gusta esa pequeña victoria, paladeo el momento de satisfacción. Quiere jugar y sabe que la estoy llevando a mi terreno. Algunos mecanismos nunca se estropean. Se atascan, se oxidan, se quedan viejos. Pero aguardan en su rincón, esperando un poco de aceite para funcionar como siempre. Para contrarrestar, el siguiente trabucazo me lo pega a quemarropa.
-       ¿Tú has pensado algo en mí durante todo este tiempo?
Qué útil es formular una pregunta conociendo la respuesta. Te permite ganar tiempo, calibrar otros aspectos del ritual que sigue el que contesta. Puedes mirar sus gestos, el tiempo que tarda en contestar, si sonríe, si baja la mirada. Ahora mismo soy su pequeño conejillo de indias. Lo reconozco, me ha pillado en bragas y todo lo que me sale del cuerpo es puro, sincero. Natural. Me ha regado y he florecido.
-       No contestas –embiste de nuevo.
Ya sé que no contesto.
-       ¿Qué más da? –digo en pleno fuera de juego.
-       ¿Contestar?
-       No, coño, qué más da si he pensado en ti o no. Qué cojones importa. ¿Por qué quieres saberlo…
-       Curiosidad.
Y una puta mierda. Curiosidad es preguntarse por qué los barcos flotan. Lo tuyo es puro vicio.
-       Sabes perfectamente que algo he pensado en ti. No sé a dónde nos lleva esta conversación.
Ahora es ella la que no dice nada. Mira su café y deja que se le vacíen las cuencas de los ojos. Como yo no he perdido la mirada, aprovecho la tregua para buscar a la mosca merodeadora. La encuentro en la mesa de al lado. Es una mesa vacía, pero llena de vasos y platos sucios que el camarero todavía no ha recogido. El insectito se está zampando una miga. Me levanto con todo el sigilo que me permite la silla, crujiente de madera, y doy pequeños pasos en dirección a la mesa. Me entretengo unos segundos planteando la estrategia. Me imagino con uniforme militar, a punto de emprender la batalla final que me dará la victoria en una guerra. Si ataco por la derecha me puedo desequilibrar con el escalón. Tendría que equilibrar el cuerpo con una postura rara, así que no me conviene, es una mala opción. Si voy por la izquierda, solo tengo que retirar ligeramente una silla para situarme en la mejor posición de ataque posible, casi de frente. Todo son ventajas porque desde este ángulo no tengo que retirar vasos ni platos para alcanzar mi objetivo. Me muevo despacio, retiro la silla y el crujidito exalta a la mosca, que se lanza en pleno vuelo. Maldigo mi torpeza, pero la mosca vuelve a posarse, una segunda oportunidad que no estoy dispuesto a dejar pasar. Me acerco con cuidado y pongo la mano sobre la mesa. Suavemente, la deslizo por la superficie y me quedo al lado de la mosca. Ya es mía. En un golpe de muñeca envidiable, atrapo la mosca dentro del puño que ahora forma mi mano. Zas, eres mía. Sin abrir el puño en ningún momento salgo a la calle, donde el sol me clava un cuchillo de luz. Tengo la mosca en la mano, pero no sé que hacer con ella.

3 comentarios:

Nacho dijo...

Muy bien Guillermo! Un relato bien chul. Muy bien mezcladas las dos historias. En esta vida casi todo son dudas y miedos. Pues dudemos y paniquemos!

Guillermo dijo...

Me encanta el verbo panicar que te has sacado de la chistera!

Nacho dijo...

No me digas que no es bueno, eh? Puedes usarlo tu también al igual que "chul". A ver si tenemos suerte y los de la RAE se pasan por aquí y lo incluyen en el diccionario

panicar:
1. tr. Causar o infundir pánico.
2. prnl. Entrarle o acometer a alguien el pánico.