- ¿Ah, sí? Pues a mí no me mola nada el segundo disco.
O previéndolo demasiado.
En medio de aquel espléndido par de tetas que estiraban al límite aquella camiseta de tirantes. Ahí sentía yo que podía encontrar la felicidad en aquella calurosa tarde de mayo. Y en ningún sitio más.
- Bueno, mujer, no está tan mal, tampoco es tan diferente al primero... ¿No crees?
- Te digo que no, Chino, que no me gusta nada.
¡Se había quedado con mi apodo!
Ya era un centímetro ganado a sangre y fuego, un poco de cercanía a
aquella diosa iridiscente que acababa de cruzarse en mi camino. Elevé
la cabeza hacia el sol de Barcelona y pegue un trago largo al
gintonic, que me resbalaba por el gaznate profiriendo promesas de
mentiroso incorregible. La música de la fiesta sonaba constipada en
aquel ático deslumbrante del Barrio Gótico. Mi diosa se remeció en
aquella amplia silla de mimbre. ¿Amagaba con irse? Fuego de
artillería a discreción.
Levantó la cabeza y me miró con
aquellos diamantes que manaban de su retina. Y sus labios como el
sofá de Dalí en el museo de Figueres y yo tumbando en ellos
toda la tarde, engañando al tiempo para que corriera en círculos,
hacia donde quisiera pero sin avanzar, ni un segundo, ni una
milésima... Y los dientes de ella abriéndose paso, desfilando en una
sonrisa perfecta que descifraba todo los códigos de aquella tarde...
- ¿Ves como si estamos de acuerdo, tontorrón?
(Dedicado a J.M. y su mítica frase: "Te presento a mi novia de hoy").
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