28 de septiembre de 2012

Relatos 17: No soy nadie para nadie (II)

SEGUNDA ESTACIÓN: INVIERNO

Nunca podré aprobar Química con este cabrón de profesor que tengo. Sé que me la tiene jurada y yo tampoco colaboro, me paso sus clases de charleta con mi compañero de pupitre porque sé que le revienta. Cuando no me apetece ni hablar, me pierdo en pensamientos (cualquier cosa con tal de no prestar atención) y durante la última semana me viene insistentemente a la cabeza el mendigo que me dio la maruja.  Buceando en internet he encontrado fotos de tatuajes similares al suyo y creo que es algún símbolo de la Legión. Al menos eso es lo que ha dicho mi padre cuanto ha entrado en mi habitación y me ha visto buscando fotos por Internet. ¿Por qué te interesa eso ahora? No me digas que te va dar por hacerte militar, a tu madre le da un infarto. No papá, es para un trabajo. Le he mentido, claro, y me temo que se ha dado cuenta, siempre he sido muy malo para mentir, se me escapa media sonrisilla. He bajado al salón en busca de los álbumes familiares de fotos. Me he ido a los primeros que conserva mi madre, de los años sesenta, en los que mi padre es un apuesto barbudo y mi madre una pacifista etérea de mirada irresistible. Había fotos arrancadas, pero no he tenido arrestos para preguntarle a mi madre. Tampoco me ha hecho falta, creo que ya sé a quien han borrado de los álbumes. Mi padre sabe cuándo miento, pero yo ya no soy un crío y también sé cuando se está callando algo. Estos días he vuelto a la puerta de Cerezo varias veces y he recorrido Portales de arriba abajo, me he acercado a Laurel y San Juan, nidos de borrachines consumados, pero no he vuelto a verle. Aunque no le conozco del todo, no puedo esconder que el intenso frío que agarrota estos días la ciudad me preocupa por él. Me preocupo y también me hago preguntas. No sé dónde dormirá, qué hará con sus días. Ni siquiera si seguirá en Logroño. Ni siquiera si seguirá vivo. 

---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Ahora comprendo por qué he vuelto a Logroño. Han sido unos meses un poco raros y si no fuera por Ramón no sé que hubiera sido de mí. Es placentero comprobar que algunos amigos nunca abandonan tu horizonte. Ramón ha engrasado con emoción esta vuelta a casa con la que espero cerrar el círculo. Estos últimos días he sentido que se acerca el principio del fin cuando te he visto por la calle. Cargada de bolsas de la compra, cruzabas el Espolón a toda mecha. Sigues teniendo esas maravillosas piernas torneadas por el atletismo, robustas por arriba y estilizadas bajo los rodillas hasta esos tobillos, finos como palos de escoba. Casi podía ver de nuevo esas vallas que saltabas de joven, en aquellos intensos entrenamientos en el Adarraga bañados por el sol, por la lluvia o por el granizo, nos daba igual. Yo saltaba pértiga sabiendo que nunca llegaría nada, solo por el placer de volar unos segundos impulsado por un latigazo, pero tú eras buena, quiero decir buena de verdad, podrías haber llegado a los Juegos Olímpicos. Imagínatelo Amelia, desfilando por el Estadio Olímpico de Barcelona bajo el estallido de miles de flashes, compitiendo contra rivales de todo el planeta, llorando de emoción con una medalla al cuello. Ese futuro ilusionante hace tiempo que se convirtió en pasado marchito, pero ahora que he vuelto a casa veo los viejos proyectos penetrando en la atmósfera como violentos meteoritos en llamas. Podrías haber masticado la gloria, Amelia, y sé que nada te hubiera hecho más feliz, pero Joaquín nunca soltó lo suficiente la correa invisible con la que maniataba tus sueños. Aún puedo verle sentado en la pequeña grada del Adarraga, mascullando entre dientes cada vez que me ayudabas a levantarme de la colchoneta. Estoy seguro de que sigue odiándome con la misma intensidad. No sé si tendré fuerzas para comprobarlo  

No hay comentarios: