5 de junio de 2014

Relatos 24: Mi vieja enemiga

(Ganador del I Concurso de Microrrelatos CVNE)


 Sin dejar de temblar, levanté la pistola al techo de la bodega y grité con todas mis fuerzas.

- ¡¡Manos arriba, esto es un atraco!!

Rodeados por un mar circular de barricas y con una copa de vino en sus arrugadas manos, la mitad de los ancianos ni siquiera reaccionó. Las columnas, los focos de luz y el intenso olor a madera húmeda no casaban con mi aventura, pero yo no estaba para detalles estéticos: solo pensaba en la pasta. Sobrecogida por mi alarido, la guía se agarró a una columna y me miró fijamente mientras su cara atravesaba un variado arco de emociones: terror, estupefacción, extrañeza... La mitad del grupo turístico que sí tenía pilas en el sonotone se giró en grupo, como un elefante estirándose al amanecer. Vieron mi chándal de tactel, mis viejas zapatillas J'hayber, mi pasamontañas casero y el resto de harapos que completaban al inesperado caballero de la triste figura. Detrás, la guía parecía recomponerse al compás que frenaba su corazón tras una breve taquicardia.

- Oiga, esa pistola es de juguete, ¿verdad? -dijo.

Miré de reojo al pasillo y calculé cuánto me costaría escapar corriendo, no hubiera estado de más un poco más de planificación... Pero no me iba a rendir tan pronto.

- ¿De juguete? ¡Pero qué dices! ¡Esta pipa es de verdad y pienso disparar, eh! ¡Que estoy muy loco!


Bodega Viña Real AKA El paraíso

Una parte del grupo seguía sin inmutarse, catando el CVNE como si nada, pero una anciana se disgregó y fue directa hacia mí: no podía creer que me hubiera reconocido. La visión de mi mayor rival me puso de los nervios y rompí a sudar. En décimas de segundo se me empapó la mano. La pistola resbaló y cayó al suelo mecida por un grito colectivo de pánico. Al chocar, la carcasa de plástico se partió en dos y del núcleo empezaron a surgir falsos sonidos de bala. La verdad es que era un juguete logrado y algún anciano se tiró al suelo, pero no mi vieja enemiga, que avanzaba implacable entre efluvios de garnacha y tempranillo. Parecía una reina achacosa, levitando sobre barricas que podría lanzar contra mí con un movimiento de cejas. Yo estaba petrificado por el miedo y no moví una célula cuando llegó a mi altura, alzó un brazo y me quitó el pasamontañas con una ágil movimiento impropio de su edad; la rabia actuaba como la poción mágica. Pese a estar picados por las cataratas, sus ojos se las apañaron para verter sobre mí un cóctel venenoso de odio e intensa decepción. Me pegó una colleja que retumbó en la bodega, chocando por las paredes como un bumerán que multiplicó mi humillación. Finalmente se dio la vuelta, levantó su copa y lanzó una petición a sus colegas del IMSERSO.

- ¡Un brindis por el hijo más tonto del mundo!

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