19 de abril de 2012

Relatos 11: Tan solo animales III

 
INÉS

El uniforme le hace sentir parte de un campo de concentración nazi, uno de los pensamientos sombríos que abarrotan su cerebro, amenazando con explotar dentro de su cabeza. No tiene el número tatuado en el brazo como aquellas personas, pero sí un dibujito en la mano cuya inocente apariencia representa un futuro en ruinas. Se dejó arrastrar por la corriente de Toni hasta que su vida se ahogó. Lo que quedó de aquel naufragio todavía no ha reflotado, así que desconoce cuáles serán los nuevos raíles por los que transitará su existencia, detenida por el momento.

Le gustan los colores que pueblan un supermercado, la vivacidad de las frutas, los chirriantes envases de limpieza, todo contribuye a cubrir de pintura una pared desconchada, esa en la que cuelgan los jirones de su tristeza. Cajeras, cómo las detestaba, ahora entiende lo cerca que se encuentran de una vida monacal, de un comportamiento mecánico que protege de peligrosas reflexiones. Estás sepultada Inés, por paquetes de fruta, caramelos, botellas de cocacola, bolsas de patatas.

Un extraño producto se cuela en su cinta: la cabeza de un animal de la que apenas se aprovecha nada para comer. Le agrada observar lo cerca que se encuentra de la muerte, en su versión más grotesca porque el cerdito no tiene ni ojos. Lo observa y está a punto de levantar la cabeza para escrutar el rostro del comprador, pero se vuelve a imaginar en un campo de concentración con su uniforme y lo último que quiere es encontrar la mirada de un oficial nazi. Y, aunque no lo sabe, consigue evitar un dolor aún mayor.



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