26 de abril de 2012

Relatos 11: Tan solo animales IV


SANDRA

Mete en la cesta otro paquete de algo herbodietético, algo insustancial, como insustanciales son las aristas de su vida en los últimos tiempos. Realiza la compra a cámara lenta, víctima del aburrimiento, de saber que los sofás y la cama seguirán ordenados cuando vuelva a casa. Todo se acelera cuando ve a Pedro desorientado, pidiendo una moneda a un tipo que ni siquiera le escucha. ¿Qué coño está haciendo? Lleva uno de esos trajes caros y estúpidos que tanto le reconfortan, pero a la vez mendiga vil metal, así que a Sandra le asalta el agobio. No entiende nada.

La niebla confusa que envuelve el supermercado aligera sus penas y comienza a silbar una vieja canción que siempre le puso alegre. Mete en la cesta un queso curado gigante, el más grasiento, y comienza a fantasear con los pinchos que va a cocinar en casa. Queso con mucho aceite de oliva, pan chapata y algo muy azucarado de postre, quizá una tarta de chocolate mastodóntica. Comprende perfectamente que su alegría mana de encontrarse a Pedro, un tipo al que entregó su alma y que ahora se arrastra, incrustado en su apariencia de vagabundo lujoso. Mal de muchos consuelo para el que quiera.

Sandra cruza tres pasillos con una sonrisa de caramelo bordada en el rostro, pero la alegría se desvanece rápido, con la fuerza letal de algo que acaba de recordar:  Pedro, ¿no tendrías que estar recogiendo a nuestra hija del colegio en este preciso instante?



1 comentario:

Phineas dijo...

Hacia tiempo que no venia por aquí. Eres grande(di no al periodismo deportivo!!)